En las raíces del narco

AutorTomás Domínguez Guzmán

El tiempo no se inventa -existe, como el sol y la luna, el día y la noche, el desierto y el paisaje-; la historia sí, de ahí la posibilidad de dar vida a personajes y universos en los cuales puedan actuar. De ahí, también, la habilidad de los escritores para crear figuras y ambientes a partir de sus experiencias y tejer relatos que enriquezcan la realidad, aunque los resultados no siempre sean afortunados.

"Los héroes de la vieja literatura... como aventureros, ladrones o caciques, poseían una constitución fuerte que les permitía soportar privaciones y grandes fatigas y les aseguraba superioridad sobre sus adversarios. Cualquiera fuese la grandeza de su carácter y la astucia que dijeran poseer, esas proezas que hacían las delicias de los lectores eran, sobre todo, actos físicos, sucesos épicos en los cuales la astucia acompañada de la fuerza corporal solía ser lo decisivo en la victoria final", escribió a mediados de los años veinte del siglo pasado Siegfried Kracauer en La novela policial. Un tratado filosófico (Paidós, 2010,168 p.).

En ese libro pionero, el crítico alemán puntualizó: "Por lo general, sin embargo, los autores crean un medio homogéneo para la novela policial, un conjunto de personajes que se agotan en los gestos convencionales y que, con el fin de despertar confianza y seguridad, no deben ser esbozados de acuerdo a su naturaleza. Se puede usar al abogado, por ejemplo, y al cónsul -antes era el militar de alto rango- porque desempeñan funciones respetadas, cuyo ejercicio ya les brinda desde el principio un rango de legalidad".

El ejercicio de Francisco Gerardo Haghenbeck en su más reciente novela La primavera del mal -que pondrá a circular este mes el Grupo Santillana en el sello Suma de Letras- por crear figuras de narcotraficantes y políticos e insertarlas en "el paisaje de un país moderno como México que despierta de su revolución y surge cual primavera en tierra fértil" resulta disparejo, aunque tiene sus virtudes, sobre todo por el fragmento de la historia en que inserta la trama.

Dividida en cinco capítulos, el autor -F.G. Haghenbeck, para abreviar- constriñe en 450 páginas el periodo que va de diciembre de 1930 a septiembre de 1953. Hace desfilar a presidentes, funcionarios, políticos, militares, personajes de la farándula, agentes estadunidenses, jefes del hampa y traficantes de droga reales con personajes ficticios para documentar su relato y hacerlo verosímil.

El acierto de Haghenbeck es saber mezclar a los personajes reales: Abelardo L. Rodríguez, Manuel y Maximino Ávila Cama-cho, Lupe Vélez, Harry J. Anslinger, con los de su invención: el coronel Benito Guadalupe Serrano...

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