El rancho o la vida

AutorRicardo Ravelo

El combate al crimen organizado no sólo ha diseminado a los grupos criminales a lo largo y ancho del país provocando matanzas y tensión, sino que también detonó el secuestro de pequeños y medianos empresarios, quienes tras pagar sus rescates se ven obligados a entregar su patrimonio ante amenazas de muerte.

Esta nueva modalidad del crimen organizado se inscribe en la llamada “diversificación de actividades” con la que los cárteles de la droga obtienen grandes ganancias. De esta manera, aunque el narcotráfico es un negocio boyante, ya no es su única fuente de ingresos.

Los primeros en realizar secuestros y arrebatar bienes a las víctimas fueron Los Zetas, otrora brazo armado del cártel del Golfo y ahora reconocidos dentro y fuera de México como un cártel independiente. Le siguieron otras organizaciones delictivas como La Familia michoacana, el cártel de Juárez y todas las ramificaciones que conforman el de Sinaloa, el más poderoso que opera en México.

Para consumar el despojo de las propiedades y hacerlo pasar como compras o cesiones, los narcotraficantes suelen presentarse ante sus víctimas acompañados de notarios. Amenazados o no, estos fedatarios formalizan las operaciones de “compraventa” de propiedades. De esta manera se garantiza el pago para que los delincuentes respeten la vida del secuestrado.

Varias historias dan cuenta de estos atracos que evidencian un hecho: el Estado mexicano no sólo quedó rebasado por la delincuencia, sino que es incapaz de garantizar la vida y el patrimonio de los ciudadanos.

Un relato

Uno de los casos más recientes de despojo realizado por narcotraficantes fue el de Teodoro Apolinar Rodríguez, un empresario de la construcción. Esta es la historia:

La tarde del 21 de diciembre de 2010 circulaba en su vehículo por la carretera federal Alvarado-Tlacotalpan. Regresaba de supervisar unas obras y se dirigía a su casa. Una camioneta negra le echó las luces insistentemente y en un tramo solitario se le emparejó. Vio que varios sujetos le apuntaban con rifles de alto poder. Desde la ventanilla salieron los gritos: “¡Párate, hijo de puta, o te carga la madre!”, le gritó un encapuchado.

Se orilló en el acotamiento y descendió del vehículo. De inmediato cinco hombres lo sometieron, lo ataron de pies y manos y le vendaron los ojos. “¡No grites, cabrón, porque te perforo la cabeza a plomazos!”. A empellones lo subieron a la camioneta.

En entrevista con Proceso, el empresario comenta que ya se había enfrentado a una experiencia similar, pero que en esta ocasión lo primero que pensó es que lo iban a matar: “Yo sentí que ya no la contaba, que hasta ahí había llegado mi vida”.

Después de tres horas el vehículo se detuvo. “Me bajaron a...

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