Rebeldía salvadora

AutorMarcela Turati

La escena debería de haber terminado con la imagen de los briga-distas ciudadanos hermanados con soldados, marinos, policías federales y capitalinos, y funcionarios de todas las siglas, cantando juntos el Himno Nacional y coreando ¡Viva México! -con toque de corneta como sonido de fondo para ambientar-, al declararse concluidos los rescates en la fábrica de ropa de la colonia Obrera pulverizada, con un saldo fatal de 22 muertos por el sismo y mínimo tres sobrevivientes.

Sin embargo, la desconfianza hacia todo lo que toca el gobierno se impuso: horas después ese sitio se convirtió en campo de batalla cuando voluntarias inconformes se abrieron paso y, con picos y palas, siguieron abriendo hoyos en busca de un sótano donde creían que otras costureras atrapadas habían sido abandonadas.

El piso picoteado de lo que fue un edificio céntrico de cuatro pisos en la calle Simón Bolívar 168 -donde convivían costureras mexicanas e indocumentadas, y empresarios coreanos y judíos-concentra la tensión que se vivió la semana pasada en las zonas siniestradas: El forcejeo entre civiles y militares por el control, la guerra de vencidas entre un gobierno desacreditado y desconfiado, y un nuevo ciudadano movilizado a través de redes sociales.

Pero la historia no inició ahí. Empezó cuando a la señora Marcela Guadalupe Arredondo, esposa del conserje de ese edificio que albergaba tres empresas, se la tragó la tierra.

"No me di cuenta que se había caído el edificio porque cuando tembló cerré los ojos, después ya no me pude levantar, sólo vi una nube blanca de tierra, y una persona que me ayudaba a salir. Fui la primera", recuerda desde el hospital ese momento en que el temblor la succionó estando ella en el techo del inmueble.

Por dos días, hasta el jueves 21, Marcela Guadalupe se presintió viuda. Los rescatis-tas que hurgaban en la montaña de cascajo y varillas no daban con su esposo Jaime Uribe, hasta que una prima regiomontana descubrió por el Facebook que él estaba vivo. Desde el inicio había sido rescatado, pero inconsciente y en calidad de desconocido; las autoridades, en vez de avisar a los Uribe, dejaron que la burocracia jugara con ellos un cruel ping-pong, obligándoles a seguir haciendo guardia cerca de los escombros, y a recorrer 20 hospitales y tres anfiteatros; en el último hasta les querían dar un muerto que no era Jaime.

Sublevación ciudadana

En ese primer momento eran ciudadanos solidarios quienes, improvisándose como rescatistas, estaban al frente del salvamento, con algunos bomberos y esporádico personal del gobierno capitalino. Con la mano y la voluntad como únicas herramientas, la gente comenzó levantar piedra por piedra, a buscar huecos entre los escombros y algunos hasta se estrenaron en la experiencia de convertirse en topos; sí, como los del 85.

Uno de estos rescatistas novatos fue el abogado Rodolfo Domínguez, quien, junto con un empleado de la Comisión Federal de Electricidad, un experto en seguridad al que bautizaron como Comandante Gokú, por su camiseta, y...

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