La reconciliación

AutorFabrizio Mejía Madrid

Digo esto porque la semana pasada la palabra "reconciliación" fue usada por muchos de quienes se enfrentaron en la campaña electoral, notablemente, el presidente López Obrador y los empresarios, expresidentes y medios oficialistas que, por lo que se ve, lo seguirán siendo. Pero se habló de un daño verbal en un pasado inmediato. Me quedé pensando en la otra reconciliación: los daños a la vida y la libertad de los mexicanos desde 1968, la guerra sucia de Luis Echeverría y la presidencia criminal de Felipe Calderón, además de las decenas de miles de desaparecidos -junto a los estudiantes de Ayotzinapa- y las fosas ocultas por todo el país. Pero también sobre los daños a las familias y comunidades por los despojos y contaminación de tierras, agua, bosques, en la rapiña de las privatizaciones. No desdeño la fuerte presencia verbal del clasismo, racismo y prejuicios de la sociedad de castas mexicana presentes la semana pasada en las críticas al aspecto de la familia del presidente -resabio monárquico de que los poderosos deben vestirse como aristócratas y no como la gente común y republicana- o a algún representante electo de las pandillas que lleva tatuajes. La reconciliación tiene muchas capas, desde lo verbal hasta la desaparición física. El pasado mexicano está hecho de ultrajes y de pérdidas. Hay millones de agraviados que, para reconciliarse, necesitan ser reconocidos y el daño reparado.

El resentimiento es un tipo de enojo moral. No es por envidia ni frustración ni desdén, ni malicia ni simple amargura. Es, como define Thomas Brudholm en su recuento del odio hacia los nazis de los sobrevivientes de Auschwitz, "la indignación afilada por el conocimiento de la injusticia". Es una reacción emocional ante lo injustificado. Y es un sentimiento moral que no pueden experimentar los cínicos o los que no creen que las personas tienen dignidad y derecho a no ser menospreciadas y humilladas por las instituciones. Al sentirlo, el resentimiento señala un trato inapropiado conforme a los estándares morales, protesta contra él y exige que cese. Las buenas conciencias que pretenden que se aplaquen los agraviados jamás reconocerían el resentimiento como razonable y como una virtud. Tiene una función moral: hacer justicia. No toda ira es razonable y la que no tiene un origen justiciero no tiene expresión política legítima. Tampoco sirve, por supuesto, para pacificar, cuando la paz es esconder todo bajo la alfombra porque el espectáculo debe continuar...

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