Las reformas del PRIAN, aval para el saqueo

AutorAndrés Manuel López Obrador

(...) aunque parezca increíble, lo que ha sucedido en materia de deshonestidad en el actual periodo neoliberal, no tiene precedente. En estos tiempos el sistema en su conjunto ha operado para la corrupción. El poder político y el poder económico se han alimentado y nutrido mutuamente, y se ha implantado como modus operandi el robo de los bienes del pueblo y de las riquezas de la nación. La corrupción ahora es indudablemente mayor. En la época posrevolucionaria los gobernantes no se atrevían a privatizar las tierras ejidales, los bosques, las playas, los ferrocarriles, las minas, la industria eléctrica, ni mucho menos tocaron el petróleo; en estos aciagos tiempos del neoli-beralismo, los gobernantes se han dedicado, como en el porfiriato, a concesionar el territorio y a transferir empresas y bienes públicos a particulares nacionales y extranjeros. No sólo se trata, como antes, de actos delictivos individuales o de una red de complicidades para hacer negocios al amparo del poder público; ahora la corrupción se ha convertido en la principal función del Estado. Un pequeño grupo ha confiscado todos los poderes y mantiene secuestradas las instituciones públicas para su exclusivo beneficio. El Estado ha sido tomado y convertido en un mero comité al servicio de una minoría. Y como decía León Tolstoi: Un Estado que no procura la justicia no es más que una banda de malhechores. Y para redondear su idea, el escritor ruso se preguntaba y respondía: "Sin justicia, ¿qué es un Estado sino una cuadrilla de bandidos?"

Ahora bien, esta nueva operación de recambio del antiguo régimen comenzó hace 30 años, al mismo tiempo que se impuso en casi todo el mundo el llamado modelo neoliberal, que consiste, en esencia, en fincar la prosperidad de pocos en el sufrimiento de muchos. Obviamente, envolvieron esta infamia con una tenaz e intensa difusión de dogmas, como la supremacía del mercado, la utilización del Estado sólo para proteger y rescatar a las minorías privilegiadas y, desde luego, proclamaron que las privatizaciones eran la panacea. Para ellos el nacionalismo económico es anacrónico y la soberanía un concepto caduco frente a la globalidad; con una convicción fanática sostienen que se debe cobrar menos impuestos a las corporaciones y más a los consumidores, y que lo económico, en todo momento, debe predominar sobre lo político y lo social. El Estado, a su modo de ver, no tiene que promover el desarrollo ni procurar la distribución del ingreso porque, si les va bien a los de arriba, según ellos, les irá bien a los de abajo. Esta idea peregrina, según la cual si llueve fuerte arriba inevitablemente goteará abajo, como si la riqueza en sí misma fuese permeable o contagiosa, ha demostrado ser falsa en cuanto se observan las cifras que miden el crecimiento de la pobreza y de la miseria, no sólo en nuestro país, sino en la mayor parte del mundo.

En México, semejante retacería de enunciados sin fundamento técnico ni científico, junto con las llamadas "reformas estructurales", fue aplicada de manera puntual y utilizada como parapeto para llevar a cabo el saqueo más grande que se haya registrado en la historia del país. La política económica de élite comenzó a impulsarse desde el gobierno de Miguel de la Madrid (1982-1988) y se profundizó durante el sexenio de Carlos Salinas de Gortari (1988-1994). En esos tiempos hubo una intensa campaña propagandística, en la que intelectuales y "líderes de opinión" repetían como loros sofismas para justificar el bandidaje oficial y el predominio de los intereses económicos de una minoría por encima del bienestar público. De tal modo se ajustó el marco...

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