Repensar el Estado

AutorJavier Sicilia

Una de las razones de esa realidad -que nos negamos a aceptar por los costos que debemos asumir- es que las instituciones del Estado no sólo entraron en crisis, sino que, por lo mismo, su existencia se ha vuelto contraproduc-tiva, es decir, las funciones específicas para las que se crearon -resguardar la seguridad y la justicia- se volvieron su contrario. De este modo, el uso legítimo de la fuerza, que correspondía al Estado para garantizar la paz y la justicia de la nación, la vida de la gente, desapareció tragado por una violencia sin control ni contrapesos, donde lo único que impera es el miedo. En un mundo así, donde todas las diferencias están rotas, la democracia, el poder de la gente para construir un común, una verdadera vida política, desapareció, y en su lugar se han ido instaurando formas inéditas del totalitarismo: el de las redes criminales.

Junto a un Estado ineficiente y en crisis -su existencia se reduce cada vez más a elecciones ignominiosas y crecientemente penetradas por el crimen organizado, a cobrar impuestos y a alimentar, con ellos, una burocracia tan ineficiente como corrupta-se han ido edificando -llamémoslas de esa manera a falta de un nombre- formas de Estados paralelos tan genocidas y crueles como el de los totalitarismos. México, en consecuencia, no está sumido en el caos, sino en el control nihilista de estructuras que se comportan de manera totalitaria y son alimentadas por la corrupción misma de las instituciones que se fingen democráticas. No son grupos delictivos, como suele pensarse, sino formas complejas de sometimiento social con milicias, jerarquías, bases sociales y capacidad de someter nuestras libertades, maximizar capitales y mantener el control y el dominio de las personas y de sus territorios mediante el terror y el uso de las instituciones del Estado.

Esa violencia generalizada, que los gobiernos y sus simulaciones democráticas no pueden ni podrán contener, está afectando de maneras cada vez más terribles al país. No sólo está contribuyendo a la difusión geométrica de la violencia y la impunidad, sino, al igual que lo hace cualquier totalitarismo, a exacerbar el miedo, la envidia, el resentimiento, la venganza y, con algunas excepciones, la indiferencia ante el destino de los que sufren directamente sus estragos.

No sé si el Estado deba seguir existiendo -es una vieja y ardua polémica que no es posible discutir aquí en este momento-. En...

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