El riesgo mayor, quedarse en Honduras

AutorLouisa Reynolds

CIUDAD DE GUATEMALA.- "Papá, sólo un poquito más voy a intentar avanzar". Con esas palabras, Melvin Josué Gómez, de 22 años, trató de tranquilizar a su padre, quien seguía ansioso el avance de la caravana migrante que salió de San Pedro Sula el pasado 12 de octubre, recorrió Guatemala y llegó a la frontera sur de México siete días después.

Gómez nació y creció en Chamelecón, un populoso barrio al sur de San Pedro Sula, donde una carretera marca una frontera infranqueable entre las pandillas rivales que controlan el sector: la Mara Salvatrucha (MS-13) y Barrio 18.

Crecer en Chamelecón es sobrevivir en una zona de guerra, al extremo de que el Instituto Técnico local, un centro vocacio-nal para mayores de 12 años ubicado en el límite de los territorios de las pandillas, tuvo que abrir una puerta lateral para impedir que los alumnos de una zona tuvieran que cruzar al "territorio contrario" y eso causara enfrentamientos.

Un retén permanente de la Policía Militar, que vigila cada entrada y salida, ha comenzado a apaciguar este sector de San Pedro Sula, ciudad designada como la más peligrosa del mundo durante cuatro años consecutivos (de 2011 a 2014).

A partir de 2014 la tasa de homicidios en la ciudad ha descendido y, entre 2016 y 2017, se redujo de 107 a 52.5 por cada 100 mil habitantes, según el Observatorio Nacional de la Violencia de la Universidad Autónoma de Honduras, aunque el país cerró 2017 con 3 mil 791 homicidios (42.8 muertes violentas por cada 100 mil habitantes).

Pero la tensa calma que hoy se vive en Chamelecón escasamente consuela a cientos de jóvenes como Gómez, que no encuentran empleo, pues la mayoría de las empresas les cierran las puertas a los jóvenes provenientes de las "zonas rojas".

Al sentirse atrapado por esta espiral de violencia y pobreza, Gómez decidió unirse a la caravana y cruzó en balsa el río Suchiate, que divide México y Guatemala, mientras otros migrantes hondureños se agolpaban sobre el puente y eran repelidos desde el lado mexicano por agentes de la Policía Federal (PF) con granadas de gas lacrimógeno. Al momento de cruzar el río, Gómez -de tez morena y semblante apacible- se tomó una selfie y se la envió a su padre para asegurarle que se encontraba bien. El sueño de Gómez era el mismo de todos los jóvenes de la caravana: llegar a Estados Unidos, encontrar un empleo que le permitiera enviar remesas a su familia y regresar a Honduras después de unos años.

Gómez llegó a México pero no a la frontera con Estados...

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