Roberto Ximénez, desde el flamenco
Autor | Leonardo Paez |
Qizá porque la vida es corta, algunos espíritus de genio vislumbran temprano la exigencia ineludible de ejercer su vocación, de acudir al misterioso y arduo llamado sin prejuicios ni desmayos, en una entrega existencial capaz de convertir la propia sangre en refrescante vino, para ellos y para muchos otros.
Tal es el caso del bailarín, bailaor de ñamenco, coreógrafo, iluminador, escenógrafo, diseñador de vestuario, investigador y maestro internacional de ballet clásico y de danza española Roberto Ximénez (Ciudad de México, 3 de diciembre de 1922), autor también del valioso libro Hacia al-Ándalus, todavía a la espera de un editor sensible. Llama un amigo:
-¿Te suena el nombre de Roberto Ximénez?
-Me resuena -respondo- desde 1963, en que lo admiré en Bellas Artes con el Ballet Español Ximénez-Vargas, que en 1954 formó con su amigo y paisano el notable bailarín Manolo Vargas, discípulos ambos de La Argentinita, y cuando hacía años que la crítica mundial y el público amante del ballet español coincidieron en considerarla la mejor de todas las compañías de danza.
-Pues si quieres entrevistarlo apúrate porque se va mañana a Madrid.
Pocas horas después se da el encuentro con el maestro. Una intemporal figura esbelta y erguida, como si fuera a bailar mañana en un escenario, mirada de águila tras unos lentes para ver de cerca, rostro y manos sin arrugas casi, completo y abundante pelo cano salvo por involuntaria tonsura, más unos ademanes suaves y un hablar pausado enmarcan una plática cargada de experiencias, lucidez y pasión, lo que vuelve difícil aceptar que el hombre tenga 89 años. En algunos casos, la pesada loza de la vocación aligera la existencia de quienes la saben cargar.
Increíble precocidad
-Pensando que era un juego más -evoca Ximénez-, mi padre fue a la Escuela de Danza de la Secretaría de Educación Pública para gestionar mi ingreso, pues aún no cumplía los cinco años. Luego de tres años allí, fui reexaminado y continué otros nueve años en la Escuela Nacional de Danza en el Instituto Nacional de Educación Extra-Escolar y Estética, que luego sería el de Bellas Artes, y cuyo fundador y primer director fue el pintor Carlos Mérida.
"Encontré maestros extraordinarios como Nelly y Gloria Campobello, Hipólito Zybin, el propio Mérida, Francisco Domínguez, Javier Villaurrutia, Julio Castellanos, Armando de María y Campos y, en clases particulares, los escenógrafos Fon-tanals, de la Selva y Ontañón, y de nuevo en Bellas Artes, el ingeniero...
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