¿A qué Romero canonizará el Papa?

AutorBernardo Barranco V.

Las homilías de Romero eran fuertes denuncias con alto impacto entre la población a través de la radio. La última, un día antes de su sacrificio, fue fatal detonante cuando exclamó a los militares: "Les suplico, les ruego, les ordeno en nombre de Dios: cese la represión".

El asesinato en el llamado "hospitalito" fue un shock, la gente no lo podía creer. El pueblo, dolido, situó a monseñor Romero no sólo como un mártir, sino como un santo súbito, como aquellos que en la edad media se exaltaban sin la necesidad de procesos ni causas; un santo popular por aclamación del pueblo. Monseñor Romero se vuelve una referencia vital: "San Romero de América", le llaman los salvadoreños, siguiendo la proclamación que hace décadas formuló el obispo y poeta Pedro Casaldáliga. El drama de su martirio se prolongará en sus funerales.

Aquella mañana del 30 de marzo, a seis días del asesinato, el sol caía a plomo y el dolor se percibía por todas partes. El calor húmedo se acrecentaba con una apretada multitud de 150 mil personas, congregadas para despedir a su obispo. Estamos en el centro de San Salvador, en la catedral aún no terminada, en contraesquina del palacio nacional de gobierno. El féretro gris donde reposa apacible monseñor Romero es flanqueado tanto por sacerdotes de la arqui-diócesis como por decenas de personajes eclesiásticos que habían asistido de diversas partes del continente.

La misa es presidida por el entonces arzobispo de la Ciudad de México, Ernesto Corripio Ahumada, en representación del Papa Juan Pablo II. Entre los asistentes se podía observar a Sergio Méndez Arceo, obispo de Cuernavaca; Marcos McGrath, arzobispo de Panamá; Dom Luciano Mén-des Almeida, secretario de la poderosa CNBB Brasil; Luis Bambarén, del Perú, y entre los muchos sacerdotes estuvo Gustavo Gutiérrez, teólogo peruano, padre de la Teología de la Liberación.

Justo en la homilía, los disparos y agitación se agigantaron y más cuando estalló una bomba en medio de la multitud. Reinó el pánico y el caos. El saldo trágico fue de más de 40 muertos y cientos de personas heridas. La ceremonia fue interrumpida, y después todo fue confusión acompañada por el sonido de las sirenas de las ambulancias. La plaza quedó vacía, sólo se observaron cientos de zapatos abandonados. Esa masacre fue el preámbulo de la guerra civil que duró 12 años.

Hay muchos más curas asesinados, jesuitas y monjas. Romero nunca fue un sacerdote revolucionario o seguidor incondicional de la Teología de la...

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