De senectud

AutorFabrizio Mejía Madrid

El principal argumento de Cicerón es que la vejez, si bien hace más lentas las actividades físicas, cancela uno a uno los placeres y acerca a la muerte, puede experimentarse como una manera de la moderación y ser, de hecho, bien recibida: "Si no vamos a ser inmortales, es deseable, por lo menos, que el hombre deje de existir a su debido tiempo. Pues la naturaleza tiene un límite para la vida, como para todas las demás cosas. La vejez es el último acto del drama de la vida, de cuyo agotamiento debemos huir, sobre todo, si ya resulta un hartazgo".

Es a Cicerón, quien sería asesinado al año siguiente por los mercenarios de Marco Antonio y la traición de Octavio, a quien le debemos la idea de que los ancianos aportan sabiduría, mesura, y consejo: "Las mayores hazañas no requieren fuerza ni agilidad. Las mejores no son las que se hacen con rapidez".

Dos mil años después, y con motivo del honoris causa en la Universidad de Sassari, Norberto Bobbio escribe otro De senectud, en 1994. El tiempo ha refutado a Cicerón, según Bobbio: la buena noticia es que ser sexagenario es "una vejez burocrática", pero la mala es que la frontera entre los que saben y no saben ha convertido a la vejez en algo no sólo biológico, sino cultural.

Al mirar una computadora sin desempacar sobre su escritorio, Bobbio se pregunta si necesitará, como cuando aprendió a tocar el piano en la niñez, un instructor que lo visite cada semana.

Se lanza contra nuestras ideas sobre la vejez: "La medicina no tanto te hace vivir cuanto te impide morir". "Que el anciano sea ahora hermoso es una fórmula trivial de la mercadotecnia". "No es que ahora vivamos más, sino que somos viejos durante más tiempo".

El filósofo del derecho propone una vejez melancólica: la conciencia de lo ya inalcanzable. Parafraseando a Erasmo, Bobbio asesta: "Quien elogia la vejez, no le ha visto la cara".

Del texto de Bobbio entresaco una idea de saber -no de sabiduría- que lo congracia con la moderación que proponía Cicerón: hay una manera de que un intelectual sea útil, justo en medio entre la Torre de Marfil y el siervo del Estado. Es sólo una distancia entre el aislamiento de los "puros" y la servidumbre voluntaria a la necesidad política. Es, también, un terreno incierto entre la intuición y la acción, ambas enemigas de los conceptos.

Entre lo irracional intuitivo y lo pragmático necesario queda un espacio para pensar. La razón de Estado y la razón de la conciencia no se enfrentan porque no son iguales: la...

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