Sergio Pitol y el cuento polaco

AutorRafael Vargas

Pero hay decenas de poetas y narradores de alto nivel. Herbert y Gombrowicz no son sino figuras emblemáticas, figuras que a veces son contrapuestas por sus respectivos seguidores. El primero, dicho groseramente, sería un esteta; el segundo -visto con la misma grosería- un vitalista. Ninguno de los dos, por supuesto, habría aceptado en la realidad semejante reduccionismo.

Me permito mencionar esa contraposición sólo con el afán de ilustrar la riqueza y complejidad de la literatura polaca, una literatura tan vasta y tan cambiante como lo han sido las fronteras del territorio al que ha pertenecido a lo largo de la historia. Es una literatura fascinante, todo un universo acerca del cual el lector mexicano, sin embargo, sabe muy poco, porque son muy pocos los traductores del polaco al español.

Uno de los escritores que más esfuerzos ha hecho para difundir esa riqueza entre nosotros es Sergio Pitol. Naturalmente, como narrador, ha privilegiado la traducción de cuentos y novelas.

Desde enero de 1963, cuando Pitol se tomó diez días de vacaciones para salir de China, donde trabajaba como traductor, Varsovia se le presentó, pese al frío glacial (30 grados bajo cero), como la ciudad en la que deseaba vivir y crear. Sus impresiones de esos días están plasmadas en un extenso artículo publicado el 31 de marzo de 1963: "Polonia: el movimiento cultural"(1), en el que desbordaba entusiasmo por los avances del país y la fortaleza de sus artes.

En aquella primera visita, como él mismo lo ha recordado, fue a Lodz para encontrarse con el escritor mexicano Juan Manuel Torres, quien entonces se encontraba en esa ciudad estudiando cine en la SzkolaTeatralna Filmowa, en laque recibía clases por parte de uno de los más grandes cineastas de Europa: Andrej Wajda, y tenía por compañero de cursos a Román Polanski.

No cabe duda de que el eslavófilo Torres ("Hablaba de sus clásicos y sus románticos como en un trance místico") influyó en el ánimo de Pitol para que éste se mudase a Polonia en septiembre de aquel año, pero también es indudable que el entusiasmo de Pitol por ese país rebasaría con mucho el de Torres -por lo menos en lo que a respuesta productiva se refiere-. Después de dos años de estudio intensivo del polaco empieza a traducir. En el lapso de una década traduce una decena de libros de autores de esa lengua. El primero de ellos, la excelente novela de Jerszy Andrejewski, Las puertas del paraíso (Joaquín Mortiz, 1965) y, enseguida, unaamplia/Anfo/ogr;'a del...

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