Shostakóvich, la música y la paz...

AutorJulio Scherer García

La música mexicana es extraordinaria, sobre todo en sus manifestaciones populares, dijo ayer Dimitri Shostakóvich. En pantuflas, con los picos de la camisa vueltos hacia arriba, la corbata mal anudada y un aire de absoluta despreocupación por su aspecto exterior, habló con Excélsior.

Su voz tiene tonos acariciadores. Es musical y suavemente manejada. Dos arrugas que son como dos cortes profundos que se inician a uno y otro lados de la nariz y terminan a la altura de las comisuras de los labios, imprimen un gesto especial a su rostro, de tez blanca y resuelto en líneas y angulosidades enérgicas.

Sonríe con frecuencia. Pero da idea de que sonríe solamente con la boca, como si fuese independiente del resto de la cara. Los ojos de color verde, tienen una fijeza que no pasa inadvertida y que lleva al convencimiento de que este hombre, conocido en el mundo entero, vive en continua introversión, muy ajeno a cuanto le rodea.

A su lado, Dimitri Kabalevski, otro de los grandes compositores rusos contemporáneos, ofrece un contraste perfecto:

Es alto y espigado y no de estatura media y macizo, como Shostakóvich. Ríe con los labios, con los ojos, con el rostro mismo. Es extrovertido y se manifiesta en grandes ademanes, carcajadas sonoras, tonos altos y bajos en la voz y una alegría que resulta contagiosa.

Hay algo, sin embargo, que lo iguala con Shostakóvich: la indiferencia por su aspecto exterior. El traje gris que viste viejo; uno de los botones del saco se saltó hace mucho tiempo y no ha sido sustituido. La corbata de grandes rayas en diversos tonos de gris es también muy vieja. Se advierte luida a la altura del nudo que se cierra sobre el cuello.

Kabalevski afirma que su viaje a México se justificará si logran establecer ligas estrechas con los artistas de nuestro país. Es la razón esencial de su estancia aquí. Lo es a tal grado que no han fijado fecha de regreso, pues todo está sujeto a sus conversaciones, a su encuentro con los más importantes representantes de nuestra música.

Alguien dice, en la suite del hotel que ocupan los rusos, que en Moscú se escucha, y con frecuencia, la canción mexicana "Cielito lindo". Kabalevski sonríe. Hay un gesto de felicidad en su cara larga. Los labios dejan al descubierto unos dientes finos y estrechos, que en un momento recuerdan los de las ardillas.

"Es verdad -dice-. En Moscú admiramos y gustamos mucho de la música popular mexicana."

Shostakóvich, serio, asiente.

Dejaría de ser artista

Una bella mujer española sirve de intérprete en esta entrevista. Estuvo 19 años en Rusia a raíz del éxodo de muchos de sus compatriotas que se repartieron en Francia, en México, en la Unión Soviética.

Habla con tal claridad Shostakóvich que se antoja que con pocas lecciones podría seguírsele en la conversación. Las palabras se advierten separadas una a una. Mientras responde a las preguntas que le son formuladas, se concluye que podría ser, sin esfuerzos, un maestro de dicción.

-¿Tiene predilección por alguna de sus composiciones?

No. Shostakóvich no tiene predilección por ninguna. Contesta con un proverbio ruso, que dice que "para ningún padre hay hijos jorobados".

"A todas mis obras las quiero por igual", añade. Reconoce defectos en ellas, grandes, muy grandes y pequeños. Pero ello no le mueve a repartirlas en categorías dentro de su espíritu.

"El día que tuviera predilección por alguna de mis obras acabaría como compositor".

Shostakóvich cambia de postura continuamente. Ahora se recarga, ahora se sienta en el borde mismo del sillón. Cruza una pierna, cruza la otra. Se pasa la mano por el rostro, la coloca enlazada con la otra sobre el abdomen. De pronto se para y contempla, desde los grandes ventanales de su hotel, la avenida Juárez. E intempestivamente regresa presuroso a su lugar.

Habla del arte musical en Rusia. Y ofrece estos datos: Los conciertos son muy numerosos. La vida artística no decae en todo el año y alcanza gran intensidad. Sólo en Moscú hay cuatro orquestas sinfónicas. También hay cuatro teatros para representaciones de ópera. Hay legiones de...

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