El sicario de los sicarios

AutorRicardo Raphael

En esa cruenta batalla el gobierno ha sido sólo el arma con la que se disparan las empresas criminales.

Cuando los mandos responsables de combatir el crimen son parte del problema, nadie está a salvo de la violencia. Es la peor pesadilla.

Durante los últimos 20 años el país sucumbió ante fuerzas muy poderosas que, desde los puestos más encumbrados del Estado, manipularon sin pudor la ley, las instituciones, la policía, el ministerio público y la justicia.

El proceso que se sigue contra Genaro García Luna en Estados Unidos, y que sumó hace apenas una semana a dos de sus socios, Luis Cárdenas Palomino y Ramón Pequeño, es la punta del iceberg de una montaña de vileza que aplastó la vida de cientos de miles de personas.

Como funcionario público Genaro García Luna fue líder de una banda de ga-tilleros a sueldo que sirvió durante más de dos décadas a distintos grupos políticos, empresariales y delictivos.

Su peor pecado no habría sido el servicio prestado al Cártel de Sinaloa, sino a cualquiera que estuviese dispuesto a pagarle por usar su ametralladora.

Tuvo como amos a Felipe Calderón y a Joaquín El Chapo Guzmán, al mismo tiempo; atendió con privilegio a los empresarios más ricos de México, lo mismo que a líderes de la supuesta sociedad civil, con quienes solía fotografiarse a la menor provocación.

Con la prensa también construyó una relación bien aceitada. El dinero del contribuyente le sirvió para pagar un trato generoso en las televisoras, en los diarios y en las columnas. Fue un maestro en el arte de darse a querer ofreciendo proximidad, información y dinero.

Las redes de su telaraña no se limitaron a la dimensión nacional. Genaro García Luna tuvo también como patrón y aliado a funcionarios encumbrados del gobierno estadunidense.

Fue un sicario, pues, al servicio del mejor postor; o, mejor dicho, el sicario de sicarios.

Su ascenso en las lianas de la corrupción encontró una oportunidad inmejorable cuando el general Rafael Macedo de la Concha fue nombrado procurador general de la República, con Vicente Fox Quesada.

Antes de eso tuvo cargos menores que le enseñaron el oficio del hampón disfrazado de policía.

Su biografía criminal pudo haber terminado pronto si la denuncia que Alejandro Gertz Manero presentó contra él, en el año 2001, hubiese prosperado.

Gertz, el primer secretario de seguridad pública del gobierno foxista, se encontró con que mandos de la Policía Federal habían hecho fortuna comprando equipo y tecnología a precios alzados.

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