Silencio y músicas del confinamiento

AutorFederico Álvarez Del Toro

Un malestar que parece extendido a los ejecutantes, creadores e intérpretes del quehacer musical en los últimos meses de la experiencia global es el aislamiento y la gestación del embrión de la soledad, y el sinsentido del acto de hacer música para un público incorpóreo, no presente.

Nos preparamos para interactuar con una audiencia que ahora no podemos ver. La energía de la gente en vivo tiene poco que ver con un público de oyentes virtuales que no podemos sentir a plenitud o que vemos a través de una pantalla.

El vacío de los teatros y las salas de concierto durante la primera mitad de 2020 ha repercutido en el ánimo de los intérpretes, como si hubiesen transcurrido décadas. Los compositores coinciden, al igual que otros artistas, en que ha sido un lapso extraño en el que el devenir genera una percepción diferente del tiempo, con un discurso atemporal minimalista que exige un inédito esfuerzo intelectual.

Por la razón que sea, la reclusión física a la cual se han visto sometidos los habitantes urbanos -los creadores, entre ellos-, probablemente está produciendo un efecto emocional cuyos resultados sólo podrán apreciarse con el paso del tiempo, pero que ya empiezan a manifestarse.

Otro fenómeno infrecuente es la sensación de que algo anda descompuesto en la realidad urbana: la depresión de las ciudades, más la sensación de riesgo y la perturbación de la paz colectiva. Ello ha producido en algunos creadores infecundidad o imposibilidad de la inventiva en sus respectivos quehaceres, siendo un fenómeno contradictorio pues cuentan con más tiempo en sus estudios y con sus instrumentos.

Aunque la práctica instrumental representa un consuelo o compañía permanente para los músicos, la desconcentración por el bombardeo mediático o la sospecha de estar en el umbral histórico de un fenómeno bioquímico para la humanidad o la presencia viral de un enemigo invisible para la salud, desencadena inquietudes. La desvalorización de la cultura, el exterminio o su confinamiento como lenguaje, deja una sensación de vacío en los ejecutantes.

El maestro Enrique Die-mecke (1955) -conductor de orquesta de origen alemán, violinista y compositor, batuta de la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires, Argentina, y director artístico del mítico Teatro Colón- externó en una reciente entrevista televisiva su inquietud por la condición emocional de sus músicos de orquesta ante la ausencia del público presencial al que estaban acostumbrados en sus actuaciones.

Sien Marion...

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