El silencio, una virtud necesaria

AutorJavier Sicilia

En 1974, Daniel Cosío Villegas intentó entender el fondo de los tres primeros años del gobierno de Luis Echeverría, analizando la forma en que el entonces presidente gobernaba. De allí el título de su análisis, El estilo personal de gobernar.

Revisitándolo ahora en que López Obrador viene de rendir su primer informe de gobierno, sorprenden los paralelismos que -guardando distancias de tiempo y de complejidad social y política— hay entre las condiciones en que ambos llegaron al poder y su estilo de gobernar.

Al igual que la época en que Echeverría lanzó su candidatura a la Presidencia, la de AMLO y su ascenso al poder se dio en un clima de hartazgo social frente una aparente estabilidad obtenida al precio de un monopolio político, cuyos frutos económicos se repartían inequitativamente, y frente a graves hechos de sangre -el del 68 en la época de Echeverría; el de decenas de miles de asesinados y desaparecidos por la guerra del Estado contra los cárteles de la droga, en la de AMLO. Uno y otro capitalizaron el hartazgo hablando, el primero, de cambio; el segundo, de transformación. Palabra que desde entonces, al igual que lo hizo Echeverría, Andrés Manuel no ha dejado de repetir. Semejante a Echeverría también, desde su llegada al poder, López Obrador no ha cesado de manifestar una necesidad fisiológica de hablar, una pasión por la locuacidad.

La suya, sin embargo, a diferencia de la de Echeverría (la de un Proust envilecido), es distinta. Centrada en la necesidad de una transformación radical del país -que a falta de un proyecto claro ha reducido a quitar a la mafia del poder, a combatir la corrupción y a someternos a una austeridad republicana-, su locuacidad está llena de palabras decimonónicas para descalificar ("fifí", "conservador") -palabras que a veces combina creando fallidos oxímoros ("conservadores radicales de izquierda")-, de dicharachos ("me canso ganso") sacados de Tin-Tan, uno de sus clásicos, o influidos por otro de ellos, El Piporro ("el que aflige afloja y no nos vamos a aflojar"), de lugares comunes ("al margen de la ley, nada; por encima de la ley, nadie") y de largas e interminables pausas.

Después de escucharlo cada mañana uno siente que está frente a un relato que, a falta de fondo, lleva la trama del país por todas partes y, en consecuencia, hacia ningún lado. De allí el desconcierto de una buena parte de la nación. De allí la larga crítica que ha desatado entre muchos de aquellos que han sido sus aliados.

Él, sin...

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