El sindicato petrolero y la expropiación

AutorRaquel Tibol

En el medio literario mexicano se da el fenómeno que en el siglo XX se denominaba disco rayado. Esto sucede cuando la aguja del tocadiscos no cambia de surco y el sonido se repite. En la circunstancia que menciono se repiten los mismos nombres cuyas personas intercambian alabanzas, reciben semejantes homenajes, premios, soportes económicos. En ese surco caben muy pocos nombres del pasado, quizás ninguno que se haya ocupado de concretas luchas sindicales. Pongo como ejemplo a Héctor Raúl Al-manza (San Luis Potosí, 20 de agosto de 1912). Abogado, novelista, editor, maestro. Cursó la carrera de derecho en la Universidad Nacional Autónoma. Colaboró con artículos en El Heraldo del estudiante, Letras Potosinas, Siempre!... Ingresó al servicio exterior mexicano en 1955. Publicó numerosas novelas: Gotas (1938), Huelga blanca (1950), Candelaria de los Patos (1952), Brecha en la roca (1955), Pesca braua (1960), Detrás del espejo (1962), Ya despunta la aurora (1986).

Tuve la suerte de cultivar cierta amistad con Almanza cuando en 1962 recorrí por mi cuenta Europa Occidental para levantar la solidaridad (entonces casi apagada) con David Alfaro Siqueiros, preso en Lecumberri desde 1960. Comencé por París, donde Fernando Gamboa, con la estrecha colaboración del entonces muy joven arquitecto Eduardo Terrazas, acababa de inaugurar en el Petit Palais la exposición de arte mexicano del prehispánico al contemporáneo, para cuyo voluminoso catálogo había yo redactado los textos para todos los periodos.

Aproveché mi estancia para pasar a saludar a Héctor Raúl Almanza, quien entonces se desempeñaba como tercer secretario en la Embajada de México en Francia, mientras que Octavio Paz ocupaba el puesto de primer secretario. Estaba yo en la oficina de Almanza, de espaldas a las puertas abiertas que daban al pasillo circular del primer piso, cuando sin expresar saludo alguno (era evidente el disgusto entre ambos personajes por sus polarizadas posiciones políticas; el de izquierda era Almanza, aunque en esos días Paz se había acercado a los trotskistas que en Francia estaban muy activos contra la Unión Soviética), Octavio me dijo secamente: "Cuando concluya aquí pase por mi oficina".

Entré, me senté y lo primero que me preguntó fue: "¿Ya vio la exposición". "Muy superficialmente, tengo que volver", le contesté. Con voz entusiasta comentó: "Lo mejor de la exposición es el catálogo y lo escribí yo". Con mi estómago fruncido no le pude contradecir pues no había yo cargado...

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