Sirvientas

AutorFabrizio Mejía Madrid

Pero una consigna en una cartulina verde sobre la ventana de un Cruze Chevrolet (11 de junio) parece resumir la pertenencia como rally: "Quiero un lugar donde las sirvientas no sean mi autoridad".

Una primera reacción frente al paroxismo es entender que el consentimiento hacia el estado de cosas del viejo régimen no sólo fue una obediencia de los ejecutivos de empresas, burócratas dorados, heterosexuales, blancos colgados de un apellido público, es decir, de los hijos del privilegio. Los manifestantes seguramente no eran dueños de factureras, empresas fantasma o merecedores de que se les condonaran impuestos. No creo que, al menos la mayoría, proteste en contra de las medidas contra la corrupción y el lavado de dinero, aunque sí creen que la "extinción de dominio" del crimen organizado es un riesgo de que les expropien algo de lo que nunca obtuvieron utilidades. Son, sobre todo, los hijos subalternos a las puertas de la promesa de una fantasía: la proximidad con los adinerados atisba mi futuro adinerado, el país que se ha ido es el que viví como una ininterrumpida ausencia de conflictos, antes de esa era geológica, llamada "la polarización". Se anhela "un lugar", como dice la consigna garabateada para salir a protestar, porque no es más que el ensueño de lo que nunca tuviste. Los manifestantes no son, en forma alguna, los que dominan sino los que consienten en la promesa nunca cumplida de la obediencia. Esa deuda no puede saldarse en un país sino en un lugar cuya indefinición refuerza el carácter mítico de la vida buena que traería consigo ser emprendedor, aprender inglés y computación, trabajar 15 horas, ceder, acatar y someterse a las reglas de la superación personal.

Por ello, una buena parte de los asistentes está enojada con un personaje inventado: un dictador, un "comunista", un "irresponsable". El odio de clase hacia las sirvientas es posible en la medida en que la propia servidumbre que los manifestantes practicaron con devoción en sus oficinas como empleados o en sus negocios endeudados, no trajo frutos más allá de la paz de la autocontinuidad. Lo que ahora se llama "neoliberalismo" los esclavizó sin avisarles que iba a fracasar. Y jamás recibieron nada a cambio de su lealtad; la mano invisible del mercado, en realidad, nunca se presentó a trabajar. Enfocan el odio a su propia credulidad en una dimensión que los sostiene en cierto escalón de superioridad jerárquica: los patrones de las sirvientas.

Quizá todo empezó cuando...

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