La soledad de las abejas

AutorFabrizio Mejía Madrid

Al mismo tiempo que los fisiócratas dan ese vuelco que, después, se convierte en la tiranía de los números, las ecuaciones indisputables, los datos "duros", surge su contraparte: los motines de los campesinos franceses por la falta de trigo. No se trata de una simple reacción al liberalismo económico, sino de toda una cultura en la que existen restricciones para la avaricia: precios únicos, no establecer categorías de pan para ricos y para pobres, la prohibición para que algunos acaparen trigo en tiempos de escasez para venderlo por los cielos, la venta primero a los consumidores y después a los mayoristas. Antes del "dejar hacer, dejar pasar", el Estado regulaba esta avaricia pero, después, son los propios campesinos, moledores y panaderos los que se ponen de acuerdo para un intercambio que no está motivado por la ganancia, sino por un principio moral: que nadie se muera de hambre. La historia de esta cultura la contó hace medio siglo E.P. Thompson cuando "acuñó" el término "economía moral", que venía desde tiempos griegos y persas. En ella comprendemos que los moledores y panaderos no eran sólo trabajadores o vendedores, sino que tenían un papel en la comunidad como garantes de prácticas morales, de lo que hoy llamaríamos comercio justo. La "gobernanza" fisiócrata dejaba a los campesinos desprotegidos porque la libertad que invocaba era la de enriquecerse sin importar las consecuencias. El hecho es que, sin el Estado, los campesinos se rebelaron y pasaron a saquear bodegas de acaparadores y a quemarlas con todo y trigo, lo que habla, no del "interés personal", sino de la indignación moral ante un mercado que se iba haciendo impersonalmente ambicioso. El comerciante no debía ver sólo por sus ganancias sino no matar a los demás en su libertad.

Ni siquiera el ideólogo del liberalismo, Adam Smith, estaba de acuerdo con el puro egoísmo como motor de la vida. Nuestros neoliberales sólo leyeron de Smith la parte que los justifica, y se olvidan de Moral Sentiments, que abre diciendo:

"Sin importar qué tan egoísta un hombre pueda ser, hay evidentemente ciertos principios en su naturaleza que lo interesan en la fortuna de los otros, haciendo de su felicidad algo necesario para la de él, aunque no le retribuyan más que la alegría de verla."

Smith se oponía con vehemencia a la idea de Bernard Mandeville de que los vicios privados se volvían virtudes públicas sobre la base de que no existía una moralidad en el mercado. El escritor satírico holandés...

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