Solos, de entre los escombros...

AutorPedro Matías y Arturo Rodríguez García

JUCHITÁN, OAX.- La ciudad es un inmenso campamento entre los escombros. Desde la noche del jueves 7, en las nueve secciones -como llaman los lugareños a las colonias antiguas- cada manzana se convirtió en un campamento improvisado donde todos se cuidan, vigilan sus pertenencias y a sus animales.

Hoy, un tercio del caserío del municipio de 98 mil habitantes es inhabitable. Los afectados pasan las horas en el patio de lo que fue su vivienda; otros deambulan entre el cascajo, inmersos en el polvo que se adhiere a su piel e inunda sus pulmones. Muchos acuden a los centros de salud -unas precarias carpas-, tan dañados como ellos.

Diez días después del demoledor sismo los juchitecos miran con desconfianza a los extraños, incluidos los reporteros. Lo hacen en silencio. Tienen sus razones: la rapiña, las balaceras y el presunto robo de niños aumentan su inquietud.

El lunes 11 por la noche, desde los altavoces callejeros colocados por doquier se expandió el rumor sobre los presuntos raptos, aunque hasta ahora no se ha comprobado ninguno. Tampoco se sabe si las balaceras fueron reales. Desde entonces cunde la psicosis. Nadie quiere moverse de su entorno.

Frente a la Parroquia del Señor de Es-quipulas, Felipe se convirtió en guardia vecinal. Como él, los vecinos van armados con palos, piedras y llevan un silbato que tocan cada hora. Cuando lo hacen, las calles de la Sección Séptima se llenan de los agudos sonidos que los espabilan.

En esa zona donde la inseguridad es proverbial no entran la policía ni el Ejército. Por desgracia tampoco llegan la ayuda ni los trascabos para retirar los escombros, menos aún los burócratas que acompañan al presidente Enrique Peña Nieto, a sus colaboradores y al gobernador Alejandro Murat.

Quienes sí han acudido, por lo menos a Sección Quinta, son los socorristas y activistas que el pintor Francisco Toledo envió, así como los maestros de la Sección XXII, comenta doña Enedina, quien vive en esa desolada zona.

La noche del martes 12 un todoterre-no negro con placas de la Ciudad de México escolta dos camiones de caja cerrada. En el vehículo va un grupo de amigas con despensas que reparten entre los damnificados, desplegados por las calles y callejones aledaños al cruce de Insurgentes y Libertad.

Los alimentos no alcanzan. Una cuarta parte de los vecinos se resigna a retornar a sus casas con las manos vacías. La escena se repite cada que llegan las colectas ciudadanas.

Los profesores de la Sección XXII, más organizados, reparten sus despensas casa por casa para evitar esos episodios. Francisco Toledo mandó colocar 30 comedores comunitarios, repartidos en todas las secciones.

En cada...

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