El T-MEC. La sumisión cultural mexicana

AutorJorge Sánchez Cordero

La salvaguarda de esa diversidad ha sido una constante en los afanes de los Estados, y más aún en las negociaciones comerciales bilaterales, regionales o multilaterales, en las que se observa un esfuerzo sostenido de los países para articular estas últimas con sus políticas y adoptar las medidas necesarias a fin de preservar la multiplicidad de las expresiones culturales. La cultura digital, lejos de haber atemperado esta lid, ha servido como un catalizador. Y es importante mencionarlo: la postura mexicana en el caso del T-MEC prescindió de cualquier argumento cultural.

La conducta del país prevaleciente en materia de cultura en el ámbito internacional ha sido ambivalente; es ya proverbial y memorable en los foros internacionales que México sostenga posiciones, como en la Organización Mundial de Comercio (OMC), que son discordantes con lo que manifiesta en otros, como en la UNESCO. El T-MEC es sin duda el epítome de esta política disonante.

La repulsa de los negociadores nacionales de la administración anterior en lo que respecta a la guarda y custodia del patrimonio cultural mexicano en el T-MEC fue más que evidente. Las proclamas estentóreas con las que procuraban mitigarla era una estratagema cuya obviedad resultaba patética.

La Convención sobre la Protección y la Promoción de la Diversidad de las Expresiones Culturales (Convención del 2005) se diseñó como una atemperación de las directrices de la OMC. En la conferencia diplomática donde fue aprobada predominó empero una mirada estrábica, ya que los trabajos se concentraron en las actividades de la OMC.

La pertinaz participación de la embajadora estadunidense Louise Oliver se cuenta entre los anales de las discusiones en la UNESCO. Argumentó que el texto de la Convención del 2005 era ambiguo y que incluso podría dar pauta a censuras, particularmente de las minorías étnicas. Sin embargo, su alegato central fue que los Estados camuflarían prácticas comerciales proteccionistas so pretexto de la salvaguarda de las diversidades culturales.

La admonición estadunidense fue incontestable: no se aceptaría ninguna restricción al comercio electrónico, los bienes y servicios culturales incluidos. Ello ha suscitado que muchos Estados, al negociar acuerdos de libre comercio, y a pesar de ser parte de la Convención del 2005, abdiquen de la necesidad de preservar íntegramente su derecho soberano a formular y articular políticas culturales. México es el prototipo de ello; a su falta de voluntad política agregó negociaciones comerciales encubiertas bajo la clámide de la confidencialidad.

El orden internacional

La emersión de un nuevo orden internacional en materia de cultura está muy lejos de ser sencilla. En foros como la OMC se estima que la liberalización del comercio no es conciliable con la promoción y protección de la diversidad de las expresiones culturales.

En los ámbitos internos se verifican procesos de innovación tecnológica que se confrontan constantemente con las leyes domésticas, sometidas a una adecuación, tan fastidiosa como prolongada, que contrasta con la celeridad de las innovaciones.

El vértigo de esos cambios generó el fenómeno conocido como convergenomics, que es una de las características actuales de la economía. Hay una presencia cada vez más persistente de los productos de convergencia, que son aquellos que combinan en una unidad las peculiaridades que estaban impregnadas en productos separados; en lenguaje informático, son los que concentran una o más plataformas digitales en una unidad. Esto queda perfectamente ilustrado con los...

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