Teatro JuáRez de Guanajuato, El Refugio de Fantasmas

(Material con apoyo fotográfico)

* El cuidador del recinto asegura que en el vestíbulo, eventualmente, sopla un viento con olor a flores

* En las varas contrapesadas de la maquinaria teatral oyó quejidos espeluznantes

Por Juan Carlos Castellanos C.

México, 30 Ago. (Notimex).- Levantado en el predio donde siglos antes fue edificado el primer convento de franciscanos descalzos o dieguinos, e inaugurado el 27 de octubre de 1903, el Teatro Juárez de Guanajuato es cuidado por Don Leo, hombre de edad avanzada quien jura que en ese recinto hay fantasmas y espantan.

Don Leo lleva en ese puesto la friolera de 35 años. Su humilde aspecto es el de un decano buena gente; habla pausadamente pero con gran seguridad, es modesto en su forma de vestir, pero sus prendas están limpias. "Antes yo no lo creía, pero el tiempo me ha convencido de que, en efecto, aquí hay fantasmas que espantan".

De pronto, su rostro y su voz se tornaron adustos al iniciar la narración de origen sobrenatural y extraordinario. "Una vez yo venía del foro hacia la salida que da a la Sala Principal y observé a una persona delante de mí. Me detuve en una alacena donde guardo mis cosas y en un abrir y cerrar de ojos ya no vi a esa persona".

Tras comentar lo anterior y con la voz temblorosa, Don Leo recordó que se asomó por detrás del telón principal y no observó a nadie. "Se me hizo raro que tampoco hiciera ruido alguno, bajé del escenario y pregunté a mis compañeros si alguno de ellos había estado en el foro, pero ninguno había subido ni vio a persona alguna".

Esa persona que se esfumó en el aire es recordada por el vigilante del teatro como alguien absolutamente normal, vestido a la vieja usanza de quienes trabajan tras bambalinas en el Juárez. "Parecía un compañero como cualquiera de nosotros. Lo vi por primera vez hace 12 años y todavía, de vez en cuando, lo vuelvo a mirar".

Otra realidad que pudiera parecer ficción, de no ser por la seriedad que siempre lo ha caracterizado, es la que Don Leo contó con los ojos bien abiertos. "A veces por la tarde, cuando ya trabajé todo el santo día, me siento en el foyer para descansar unos minutos, nada más unos minutitos (...) y es cuando llega ese extraño aroma".

Según el entrevistado, sucede cuando el teatro está vacío, cuando no hay función y todo permanece en aparente calma. "De repente me llega un olor como a flores, es vientecillo con cierta fuerza que no logró explicar, porque estando puertas y ventanas cerradas, corre de un lado...

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