El sueño terminó

AutorJuan Villoro

Cuentan que Oswaldo Zubel-día, legendario entrenador de Estudiantes de la Plata, amaba tanto los resultados que cuando su equipo ganaba 1-0 sentía que había cumplido su misión. A partir de ese momento, no le interesaba otra cosa que aniquilar el juego.

Al encender su mejor puro y contratar a un técnico, el presidente de un club no espera obras de arte ni una coreografía en el césped, sino resultados que salven su cabeza ante los socios.

El técnico es rehén de la estadística. Puede ser tan filósofo o tan poético como le dé la gana, siempre y cuando las teorías y las musas contribuyan al marcador. Sumar puntos es la áspera obligación del hombre que piensa al borde de la cancha. Al final, todos tienen algo de Zubeldía.

Helenio Herrera se veía a sí mismo como un Zeus que gritaba insultos geniales y hacía ademanes más eficaces que los rayos. Este técnico convencido de su inspiración comentó resignado: "Si se puede ganar jugando bien, estoy conforme, pero a los 15 días se olvida si el partido ha sido bueno o malo. En la tabla queda el resultado, eso es lo que cuenta".

La belleza no siempre es útil. ¿Hay espacio para ella en un deporte que exige cuentas favorables?

Pep Guardiola fue responsable de un sueño que se midió en números. Obtuvo 14 títulos en cuatro años. El legendario Jo-han Cruyff conquistó menos trofeos en el doble de tiempo.

Durante su gestión, Guardiola hizo debutar a más de 20 jugadores de la cantera, confirmando que entiende el fútbol como un proceso educativo. Lo más decisivo no fueron los títulos sino la forma en que los consiguió, conjugadas de alta trigonometría. Los barcelonistas son los maestros del "tercer pase". Al soltar la pelota, el jugador ya sabe hacia dónde la devolverá su compañero. Lo importante no es saber dónde está el balón, sino dónde va a estar.

En 2010, el premio FIFA Balón de Oro tuvo tres finalistas: Lionel Messi, Xavi Hernández y Andrés Iniesta. Nunca antes el podio había sido ocupado por jugadores surgidos de la misma cantera, La Masia del Barca, máxima guardería del fútbol mundial. De ahí salieron la mayoría de los seleccionados que conquistaron el Mundial de Sudáfrica. Desde los tiempos del Madrid de Puskas y Di Stéfano, ningún equipo había dejado una impronta tan definitiva.

El prólogo para la era Guardiola fue el mandato de Cruyff y la conquista de la copa europea de clubes en 1992. El alumno más receptivo del técnico al que llamaban Dios era Pep Guardiola. Con el número 4 en la espalda, aprendió la profesión que llevaría a un nivel superior.

Después de una larga tradición de vic-timismo (la creencia de que los arbitros y las glorias favorecerían por siempre al odiado Real Madrid), Cruyff enseñó a los barcelonistas el placer del triunfo. Desde entonces los aficionados culés aman la victoria, pero no a cualquier precio.

Innovación

El 8 de mayo de 2008, Guardiola se hizo cargo de un equipo que dormía la siesta después de haber alzado la Champions en París dos años antes. Sus credenciales como entrenador eran escuetas. Había logrado que el Barcelona B ascendiera de Tercera a Segunda División B, con un estilo de juego del que se hablaba muy bien, pero que pocos habían visto.

Su fichaje parecía más emocional que deportivo. El noi de Santpedor era un candidato perfecto para apaciguar el fuego en torno al temperamental directivo Joan La-porta. Su curriculum barcelonista resultaba impecable. En la infancia...

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