El tesoro de los jesuitas (Segunda parte)

AutorElisur Arteaga Nava

-Don Chico, ¿está usted seguro de que este es el sitio? A lo que el viejo contestó:

-¡Claro que estoy seguro! Si lo dudan, bajen por esa vereda, al final encontrarán un tecorral, o sea un potrero de piedra, abandonado, en forma de círculo; por ahí subí la vez que estuve aquí.

Como nunca me he distinguido por ser confiado, acepté el reto y bajé; encontré el potrero de piedra abandonado, tal como había sido descrito.

Subí y le dije: estamos en el sitio correcto.

El Vale, sin voltear a verme, se limitó a comentar:

-Este es el lugar que miré en la jarra de la bruja.

Enseguida pedimos al varero que comenzara a trabajar. De su morral sacó una horqueta de un árbol duro; parecía de guayabo; la sostuvo fuertemente con las dos manos, comenzó a caminar. Al principio su vara no dio señal alguna, pero según avanzó, la vara comenzó a temblar, a tal grado que tuvo que asirla fuertemente para evitar se le saliera de control; la punta de la horqueta se clavó hacia la roca. Enseguida nos dijo:

-Aquí abajo hay una cueva; en esta parte sólo hay basura.

Siguió caminando y agregó:

-Aquí, en esta parte hay plata.

Enseguida, haciendo un gran esfuerzo por controlar la horqueta, dijo: "Aquí abajo hay oro, mucho oro".

No hubo necesidad de auxiliarse del detector de metales. El barretero echó a andar la barrenadora y comenzó a hacer hoyos en las rocas; una vez que todo estuvo listo comenzamos a volar rocas. Quienes se hallaban a unos 15 kilómetros nos dijeron que hasta esa distancia se oía el estallido de nuestra dinamita.

Cuando habíamos perforado unos dos metros nos detuvimos, comenzamos a ver ceniza, carbones y restos de vasijas de barro; con las manos comencé a separar y buscar algo de más representatividad. En una de las partes hallé un fragmento de un lápiz de piedra, como de unos seis centímetros de largo y labrado en uno de los extremos. Según explicó don Chico, antes de que el papel fuera de uso común, los niños en las escuelas usaban pizarras de laja en las que escribían sus ejercicios escolares; una vez que estos eran calificados, se borraban pasando un paño o una mano mojada. Yo alcancé a ver una de esas pizarras.

Conservo conmigo el fragmento del lápiz que encontramos en esa expedición. La pregunta que nos hicimos fue: ¿qué hacía ese lápiz en ese sitio tan alejado, aún hoy día, de cualquier centro poblacional? También nos preguntamos sobre los restos de vasijas y las cenizas encontradas a tanta profundidad.

Con ese óptimo augurio seguimos dinamitando; lo...

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