Tiempo fuera Volar, Volare, Volaris

AutorFabrizio Mejía Madrid

La primera, por supuesto, es: Si no se pueden ni estirar las piernas en esos aviones, ¿dónde cupo la bomba? La otra es: ¿Cómo supo un pasajero "desplegar un tobogán"? En mi vida he puesto atención a las indicaciones de las azafatas -ojeada vagamente lujuriosa siempre destinada a la decepción- y no tengo nociones siquiera intuitivas de cómo es que un armatoste metálico se levanta del piso. Para mí, la palabra "despresurización" es el momento en que pasa el carrito de las bebidas y me pido un whisky.

Mientras las reglas de seguridad me son ofrecidas rebusco entre las revistas en la redecita del asiento de adelante, echo una mirada melancólica a las grises pistas y a los tristes hombrecitos de amarillo con palitos de bastonera, y casi siempre termino por cerrar los ojos sin pensar en cómo se despliega un tobogán. Pero el hombre del martes pasado lo hizo y terminó bailando -supongo- en celebración de sus saberes en aerome-cánica. Algunos de los testimonios de sus compañeros de avión dicen que estaba drogado o borracho, pero si consideramos que, en esos estados, la mayoría de la gente no puede ni hacerse una torta, el asunto tiene mérito.

Traigo a colación este episodio porque parece que, últimamente, los vuelos se han llenado de emociones extremas. Una de ellas ocurrió apenas una semana antes en un vuelo a Los Ángeles: Gustavo Díaz Ordaz, nieto del Dresidente de la matanza de estudiantes el 2 de octubre de 1968, apareció en un video apisonado por unas azafatas -uno era un varón, pero no hay masculino de esa palabra- mientras intentaba librarse, sacudiéndose, engarrotando las manos, tratando sin éxito de liberar una patada. Los testimonios de los otros viajeros dicen que Gustavo III amenazó al aire con una funesta premonición:

-Tú no sabes con quién te estás metiendo, cabrón. Soy íntimo amigo del gobernador del Estado de México. Sí, putito: del próximo Presidente de México.

Pensamos que quizás una mención de su abuelo habría aterrorizado más a sus supuestos oyentes, pero la justicia poética provino de mis cursivas y de la voz popeante del piloto:

-Les pido una disculpa. No puedo desembarcar porque tengo a un pasajero insubordinado.

Y de una mujer policía angelina a la que sólo le vemos la espalda:

-Cálmese, señor, o ¿quiere ir a la cárcel?

El nieto del Presidente Asesino acusado de insubordinación y amenazado con prisión: eso es a lo que llamo sano humorismo. No sabemos por qué el pariente tuvo la necesidad de comenzar una campaña electoral...

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR