Tiempo de llorar

AutorJulio Scherer García

La segunda ocasión que estuve cerca del escritor fue cuando el fundador de Nuevo Periodismo, Gabriel García Márquez, convocó a un certamen para distinguir al personaje merecedor de tal reconocimiento. García Márquez me entregó el diploma y me dio un beso.

Por la noche, en una cena de unos cuantos, decía que era la primera vez y la última, en la que besaría a un varón.

La última vez que estuve con el escritor fui testigo de su deterioro. Su cabeza ya no era la máquina perfecta que había revolucionado la literatura. Dudé hasta el insomnio si debía dar cuenta o no de lo que había visto y escuchado. Pensaba que podría provocar algún disgusto en doña Mercedes, compañera toda su vida de un gran periodista y pensé que su malestar habría de prolongarse sólo un breve tiempo.

Pretendí dejar atrás la incertidumbre que me pesaba y le pedí a mi secretaria, Ángeles Morales, que me comunicara con la secretaria de García Márquez, Mónica Alonso. El teléfono lo tomó doña Mercedes y me dijo que los asuntos que tuvieran que ver con su marido, era ella la indicada para resolverlos.

Tuve en cuenta que mi pequeño texto no develaría secreto alguno. También consideré que nadie podría acusarme de infidelidad. Jaime García Márquez había hecho público que su hermano padecía demencia senil * y así otros escritores. Jaime Abello, director de Nuevo Periodismo, pretendió restarle importancia al asunto. Fallido en su propósito, le dio realce al tema al afirmar que García Márquez era un "anciano olvidadizo".**

Acerca de mi propio debate escribí un breve texto que daba cuenta de lo que ocurría en mi conciencia:

La muerte de Carlos Fuentes provocó que el duelo por el suceso se extendiera por América Latina, Europa y los Estados Unidos. A la voz multitudinaria que lamentó el fin del escritor se unió un silencio desgarrador. Gabriel García Márquez no había pronunciado palabra alguna acerca de su consanguíneo en la vida. Fue claro que el portentoso narrador ya no pertenecía al mundo que había recreado como ninguno.

En esos días visité a Gabo. Los pormenores del encuentro los narré en un texto breve que había publicado en Viuir, el año 2012. El relato es sobrio y hasta donde me fue posible no encontré en la relectura una palabra de más. Me atuve a las reglas del periodismo que me es más caro, el de reportero que somete los sentimientos a los hechos tal como los percibió.

Me pregunté si debía o no dar cuenta del episodio que había vivido con el Nobel. Dudé muchas veces en un ir y...

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