Al tiro / No smoking

Pues uno se mete al tabaco por cualquier cantidad de razones, pero casi siempre se sale por un dilema: o deja de fumar o se muere.

Cuando menos, esa es la amenaza constante desde que se desató la paranoia anti tabaco de los últimos años, importada, como tantas modas, de los Estaros Uniros. Pero a esta nueva tendencia puritana no la impulsa la fobia a las drogas o a los buscadores de peligro, sino un motor más utilitario: el cochino dinero. Resulta que, a la larga, los fumadores le salen muy caros a los sistemas de salud pública, ya sean los que paga el Gobierno o los privados, que se sostienen con las cuotas de sus afiliados. Y entonces hay que "desincentivar" el humo del cigarrillo en los lugares públicos y enviarlo a las mazmorras de los edificios, justamente en los patios traseros donde los fumadores pueden convivir con botes de basura y ratas del tamaño de un buen paquete de veinte cajetillas "extra slim". Ese es el nuevo mundo Marlboro.

Pero si la semana pasada apunté aquí que el vicio del tabaco puede ser tristón, peor es ver los intentos fallidos de dejar de fumar. Así, el hombre de bigotito a la Javier Solís, con la punta de los dedos manchada de nicotina y los dientes recubiertos de una pátina que envidiarían los muros de Barragán, tiene una última de oportunidad de probar su valía y arrojarse con enjundia al mayor reto de su vida: dejar de fumar.

Lo primero que topa es con una verdad contundente como defensa de midibús: es más fácil sacarse la lotería que dejar de fumar. Es más, en todos los clubes de apuesta se pagaría más alto que alguien deje de fumar a que el Atlas gane un campeonato, y eso ya es mucho decir.

Y entonces entra uno de lleno en los terrenos del pensamiento mágico-religioso: curanderos, chamanes y parches de nicotina surten...

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