De la tragedia al milagro

El rehabilitador físico Eduardo Puente sujeta los pies de Luis Fernando Ramírez González para que el chico, acostado en una colchoneta, se incorpore y toque las puntas de sus extremidades.

Lo que para algunos pudiera ser algo rápido, al joven le toma tiempo pero lo hace. Tras repetir el movimiento varias veces, el especialista del Centro Estatal de Rehabilitación y Educación Especial bromea:

"Tú puedes, vamos por la última, porque, ¿cómo lo lograremos?", le pregunta.

"Con producto de gallina", murmura el joven, enrojecido, quien aún debe caminar con asistencia y es trasladado en silla de ruedas.

Aurora González, madre de Luis Fer, sonríe:

"Al principio no podía moverse y gritaba de dolor, lloraba. Hoy, esperamos que su rehabilitación sea del 100 por ciento".

Luis Fer fue el primero de los tres chicos heridos por Federico en el salón de noveno grado del Colegio Americano del Noreste, el 18 de enero del 2017, además de la maestra Cecilia Solís Flores, quien falleció el 29 de marzo de ese año.

Fernando Ramírez, padre de Luis Fer, recibió el aviso de que "un niño había lastimado a otros" por lo que debía ir a la escuela. Supo que algo grave había pasado al llegar y ver una multitud afuera, el área acordonada y policías y militares.

Más se inquietó cuando al decir su nombre y de quién era padre, le dijeron que pasara.

"Ahí ya no me gustó, porque no estaban dejando entrar a nadie", recuerda.

Adentro era un caos: gente llorando, policías por todos lados, sangre en el piso.

"Vienen la directora hecha un mar de lágrimas, incluso hincada, y la coordinadora, quien fue la que me dijo que habían herido a Luis Fernando con un arma de fuego: '¿Cómo me dice eso? ¿En la calle?', les dije. 'No, un compañero traía una pistola'".

Nadie sabía a qué hospital se habían llevado al niño, ni en dónde le habían disparado. La Policía le preguntó 10 veces su nombre y de quién era padre.

"Te das cuenta de que no estamos preparados para un evento de esa magnitud".

Alguien le dijo que lo trasladaron al Universitario. Tras despedirse de Alejandra, su hija menor que también es alumna del plantel y que se quedó con los abuelos, se dirigió al hospital. En el camino no dejaba de recibir mensajes, llamadas y escuchar la radio. Ya se hablaba de dos alumnos fallecidos.

"Diosito, ayúdame", musitó en medio del tráfico. Tras acordar con su esposa, quien también se encontraba en su trabajo, verse en el hospital apagó el celular.

Al llegar al hospital les dieron a ambos la noticia.

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