A tres años del MPJD. Crónica de una justicia y una paz incumplidas

AutorJavier Sicilia

1 de diciembre de 2006. Felipe Calderón llega a la Presidencia de la República en medio de un fuerte cues-tionamiento sobre su legitimidad. Junto al mensaje, digno de un delincuente, con el que reta a sus críticos -"Hayga sido como hayga sido" -, decide, para legitimarse, emprender, auspiciado por el gobierno estadunidense de George Bush, una guerra contra el narcotráfico. Saca a las fuerzas armadas a las calles y comienza a descabezar a los grandes capos. Su estrategia, lejos de controlar el flujo de la droga, aumenta la criminalidad y la violación de los derechos humanos. Los ejércitos de sicarios, que recluta el narcotráfico, se convierten, sin control alguno y bajo la corrupción de una buena parte del Estado, en verdaderas células criminales que van extendiendo a lo largo y ancho del país la desaparición forzada, el secuestro, la extorsión, la trata y el cobro de piso. El Ejército y la Marina -hechos para la guerra y los estados de excepción- secuestran, torturan y desaparecen gente.

Al mismo tiempo que crece el número de víctimas, crece también su criminalización. Para la administración calderonista y la clase política son sólo cifras, gente que se buscó su muerte o su desaparición, criminales que se matan entre ellos o meras "bajas colaterales". Quien denuncia en una procuraduría es inmediatamente culpabilizado e incluso amenazado. A pesar de la lucha de las organizaciones de víctimas y de actos de una inmensa dignidad moral como el de Luz María Dávila, en Villas de Salvárcar, Ciudad Juárez, donde fueron asesinados muchos inocentes, entre ellos dos de sus hijos, el gobierno apenas si se inmuta. En medio de la guerra y de la balcanización del país, el poder se erige sobre la muerte, las fosas comunes, el desprecio y el miedo.

28 de marzo de 2011. En Morelos, siete personas, entre las que se encuentra mi hijo Juan Francisco, son masacradas por células de sicarios que, desde el asesinato de Arturo Beltrán Leyva por fuerzas de la Marina, no han dejado de sembrar el horror. Tanto el gobierno federal como el estatal de Marco Antonio Adame quieren, como lo han hecho durante cinco años, criminalizarlas. No lo logran. La indignación cunde entre activistas, intelectuales, periodistas y poetas que inmediatamente inician movilizaciones y protestas. Un grito: "¡Estamos hasta la madre!", una "carta abierta a políticos y criminales", publicada el 3 de abril en la revista Proceso, que no ha dejado de cubrir las movilizaciones, y una interpelación brutal al Estado, comienzan a gestar el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad (MPJD).Toda la reserva moral del país se pone en marcha. Una tragedia personal se ha convertido, por un extraño y horrendo milagro cívico que nunca nadie podrá desentrañar por completo, en un reclamo de la nación. Detrás de cuatro años de guerra hay hasta ese momento 40 mil muertos, 10 mil desaparecidos, 250 mil desplazados y una ciudadanía indignada que busca la justicia y la paz. Por vez primera la izquierda, la derecha, cientos de organizaciones sociales y muchos medios de comunicación se unen en un mismo reclamo. El lenguaje, como sucedió con el zapatismo, cambia. La poesía y los símbolos con los que el MPJD se expresa deslocalizan los lenguajes unívocos y consabidos de la política, y desconciertan. El 5 de mayo -después de una gran movilización en Cuernavaca, el 7 de abril, que se replica en varias partes de la República y en algunos países europeos -el MPJD sale caminando de la Paloma de la Paz, en Cuernavaca, rumbo al Zócalo de la Ciudad de México. Lleva 200 personas, la Bandera de México, un discurso político y una propuesta de seis puntos -el mínimo indispensable para empezar a reconstruir la justicia y la paz de la nación- consensados con muchas organizaciones. El contenido se propone como un pacto nacional que deberá firmarse en Ciudad Juárez, Chihuahua, "el epicentro del dolor", como, desde entonces, lo llama el MPJD.

8 de mayo. El MPJD llega al Zócalo. Decenas de miles de ciudadanos y cientos de organizaciones, que los recibieron desde su entrada a la Ciudad de México, están allí. Los zapatistas, en un acto de solidaridad, movilizan a 20 mil de los suyos en San Cristóbal de las Casas. En la UNAM, donde pernoctaron el 7 de mayo, la Orquesta de la Escuela Nacional de Música, bajo la batuta de Sergio Cárdenas, toca en la gran explanada de la UNAM el Réquiem de Mozart. En el templete que se ha colocado en el Zócalo, frente al Templo Mayor, como un símbolo de la necesidad que tiene la nación de ser refundada, las voces de las víctimas suceden a la de los poetas. Ese pueblo invisible, humillado y negado por los criminales y el Estado, desata su palabra.

El gobierno tiene miedo y busca el diálogo. El MPJD acepta, pero después de la firma del Pacto en Juárez.

4 de junio. Quinientas personas, 13 autobuses y 22 automóviles parten del Ángel de la Independencia con la Caravana del Consuelo. La esperanza de la justicia y de la paz va en el fondo de cada paso, de cada kilómetro de esa caravana que -eso quiere decir consuelo-va al encuentro de miles de...

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