"La trinchera infinita"

Realizada a seis manos por Jon Garaño, Aitor Arregui y José Mari Goenaga, la saga, de 2 horas 47 minutos, puede verse con calma en la inevitable plataforma de Netflix.

Topos se llamó a aquellos perseguidos por el franquismo que tuvieron que vivir ocultos en sus casas, protegidos por sus familias, temerosos de ser delatados por vecinos o parientes; no fue hasta el indulto de 1969 que esos topos empezaron a salir del sótano. La premisa del guion de Luiso Berdejo y de Goenaga, por inverosímil que parezca, está basada en hechos reales, de esas vidas de partidarios de la República que aún después del permiso no se atrevían a abandonar su trinchera de más de 30 años.

Higinio (Antonio de la Torre) y Rosa (Belén Cuesta) están recién casados, cae la República y comienzan represalias, fusilamientos, delaciones; la pareja cava un agujero para esconder a Higinio, el tiempo pasa, la cotidianidad se instala, el riesgo no disminuye, nace un hijo (quizá producto de una violación), y la vida se reduce a vistazos del mundo exterior, o lo que permite la televisión cuando llega. La fosa se vuelve más real que lo que ocurre alrededor.

Sorprende que el trío de directores haya sido capaz de unificar el estilo de la puesta en escena; desde las secuencias frenéticas de la primera parte, el ritmo se torna lento, pesado y repetitivo, la parálisis de la dictadura se instala en el alma de los protagonistas, como si cada director se hubiese hecho cargo de cada dimensión del espacio confinado. En esa concentración de lugar...

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