Turbaco, el pueblo que levantará una estatua de Santa Anna

AutorRafael Croda

TURBACO, COLOMBIA.- Turbaco, un pequeño municipio agrícola en el corazón del caribe colombiano, a 10 kilómetros del puerto de Cartagena, es quizá el único lugar del mundo donde el dictador mexicano del siglo XIX Antonio López de Santa Anna goza del aprecio popular.

Y eso se explica porque durante sus dos exilios en Turbaco, entre 1850 y 1858, el seis veces presidente de México, quien hizo elevar a rango constitucional su nombramiento como "Alteza Serenísima", fue el gran benefactor de este pueblo que tenía sólo mil 500 habitantes que vivían en "chozas miserables".

Repudiado en México por perder más de la mitad del territorio nacional ante Estados Unidos, el militar veracruzano encontró en Turbaco un bucólico exilio en el que pudo dar rienda suelta a sus más mundanas pasiones: las mujeres, las peleas de gallos, las apuestas y la cría de caballos.

Con su fortuna, fruto del saqueo a las arcas públicas mexicanas, y su carisma el autócrata conquistó a los turbaqueros.

"Él dejó una marca en la historia de Turbaco. Hasta la fecha, aquí mucha gente lo idolatra y lo considera un referente de la ciudad", dice a Proceso el historiador y director del Museo Histórico y Cultural del municipio, Javier Alcalá.

Tanto se quiere a López de Santa Anna en esta población caribeña que hasta hay un proyecto para erigirle una estatua.

La casa de tejas

La Mesa de Cultura y Turismo del municipio, a la cual pertenece Alcalá, pondrá en marcha a partir del próximo año un proyecto para levantar estatuas de los cuatro personajes más influyentes en la historia de la ciudad. Y uno de ellos es el mexicano López de Santa Anna.

"Lo vamos a hacer para rescatar nuestra historia y poner a Turbaco en el mapa turístico de Colombia", dice Alcalá.

Durante su estancia en Turbaco, López de Santa Anna restauró la iglesia y la casa sacerdotal; construyó el cementerio y amplió el camino real a Cartagena para que pudieran transitar carruajes.

También creó lo que en esa época fue un emporio agropecuario que incluía trapiches, grandes plantaciones de caña de azúcar, cultivos de tabaco y la cría de ganado.

Además, prestaba dinero -supuestamente "sin intereses"- a los turbaqueros. Y su casa, en el centro del pueblo, y su hacienda La Rosita eran sitios de tertulias a los que acudían los lugareños para recibir los "sabios y respetables consejos" del general.

Las inversiones de López de Santa Anna en Turbaco, en las que hubo saldos de los 6 millones de dólares que le pagó Estados Unidos por el territorio de La Mesilla, activaron la precaria economía del lugar.

Y generaron empleo para "centenares de proletarios que vagaban por estos alrededores hundidos en la miseria", según una...

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