La UNAM: aquellos meses de indigencia

AutorIgnacio Solares

Hasta el tiempo se mezclaba y confundía esa mañana del 25 de enero de 2000 en que, esperábamos en la avenida de los Insurgentes la llegada del Rector, quien el día anterior había decidido entregar a los representantes del Consejo General de Huelga (CGH) una copia del plebiscito en el que más de 180 mil universitarios -90% de ellos- se manifestaban tajantemente por levantar el paro que tenía cerrada la UNAM desde el 20 de abril del año anterior.

La multitud empezó a congregarse varias horas antes, cuando el perezoso sol invernal terminaba apenas de desenredar las últimas hebras de neblina en los árboles y aún podían escucharse, aquí y allá, los cónclaves de unos pájaros mitoteros, informantes del alboroto en que nos meteríamos nosotros mismos poco después.

Había algo vertiginoso y crispado en los rostros que llegaban, un como halo de rito por cumplir, la inminencia de que en cualquier momento "con cualquier pretexto, lo cotidiano recobraría -¡por fin!- su dimensión mítica y trágica. Muy en especial si la efervescencia del reclamo y la protesta llevaban 10 meses gestándose y alentándose (en buena medida, al margen del conflicto universitario). Algo que se potenciaba y exacerbaba apenas tomaba uno conciencia -y cómo no hacerlo- de las transmisiones televisivas y radiofónicas en vivo y en directo, de que casi el país entero se había paralizado aquel día para enterarse del acontecimiento. Los ratings, por las nubes; los tirajes de periódicos y revistas reportaban cifras estupendas.

"La UNAM es como el corazón de la ciudad. ¡Si continúa el paro nos vamos a infartar todos!", declaró al periódico Reforma una de las llamadas Damas de Blanco, quienes semanas antes hicieron una manifestación en los puentes del Periférico -para no obstruir el tránsito-en contra de la huelga.

El Universal, por su parte, informaba: "Saldos de la huelga: 5 mil universitarios sin título. Se han perdido 206 millones 925 mil horas de alumno /clase".

Grupitos de estudiantes -¿paristas o antiparistas?-se conformaban, se apretujaban, intercambiaban risas y seguramente informaciones secretas, en una voz inaudible, de inflexiones agudas, de sílabas copuladas.

El sol también ganaba nuevos espacios con grandes esfuerzos y empezaba a adquirir la forma de una oronda naranja.

El enjambre de supuestos periodistas (la mayoría, luego se supo, miembros del propio CGH y otras personas cuya verdadera identidad nunca se conoció) aumentaba en forma alarmante. En el momento oportuno, y para bloquear todo paso a Rectoría, esgrimirían sus micrófonos, sus cámaras fotográficas y de video, como poderosas armas. "Yo supuse que me iban a hacer una entrevista y me partieron la nariz", confesaría Alfonso Muñoz de Cote, con un pañuelo manchado de sangre en la cara.

Paristas y antiparistas, colonos, trabajadores, campesinos, mujeres con niños...

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