Venezuela: bomba de tiempo en el caos mundial

AutorOlga Pellicer

Venezuela ha dejado de ser un problema de dictaduras latinoamericanas para convertirse en un centro de gravedad a partir del cual se define la influencia que tendrán en el hemisferio occidental grandes actores de la política internacional. Sin duda, la responsabilidad de Nicolás Maduro es enorme. Pero no lo es menos la de todos aquellos para quienes Venezuela es una pieza que les permite hacer valer sus intereses ideológicos, económicos, políticos o militares de manera que no contribuye, necesariamente, al interés superior de devolver la estabilidad y el respeto a los derechos humanos en ese país.

Las limitaciones de la OEA

El tratamiento del problema venezolano en la política internacional ha atravesado diversas etapas. La primera tuvo lugar, principalmente, en el ámbito del organismo regional americano (OEA) y giró principalmente en torno a cómo enfrentar el deterioro de las instituciones democráticas.

No es ocioso recordar que, desde el final de la Guerra Fría, el tema de la participación de organismos multilaterales en la defensa de la democracia ha dado lugar a numerosas reflexiones. Está abierto el debate sobre hasta dónde pueden factores externos ser elementos decisivos en el devenir de procesos políticos internos; asimismo existen múltiples opiniones sobre las atribuciones que deben tener organismos internacionales o grupo ad hoc para que sus acciones cumplan dos requisitos: de una parte, no se queden en exhortaciones o declaraciones puramente verbales, cuya influencia en el desarrollo de los acontecimientos es marginal; y de la otra, preserven los principios del derecho internacional relativos a la no intervención en asuntos del orden jurídico interno que, como se sabe, están contenidos en la Carta de las Naciones Unidas y de la OEA.

El renacimiento de la OEA en el decenio de los noventa se debió, en gran medida, a las nuevas funciones que se le atribuyeron para la promoción de la democracia. Todo comenzó en la Asamblea General celebrada en Santiago de Chile en 1991, donde se aprobaron el Compromiso de Santiago con la Democracia y la Resolución 1080 sobre Democracia Representativa. A esos documentos siguieron otros que fueron ampliando compromisos hasta llegar, en 2001, a la Carta Democrática Interamericana.

A pesar de la insistencia con la que se alude a dicha Carta, la verdad es que se trata de un documento muy declarativo y poco operativo. Las acciones concretas establecidas allí para influir sobre situaciones que ponen en riesgo el orden constitucional y la democracia son dos: el secretario general de la OEA puede elaborar un Informe sobre el particular y convocar al Consejo Permanente para una evaluación colectiva del mismo y decidir sobre la puesta en marcha de iniciativas diplomáticas, incluyendo los buenos oficios, que contribuyan a la restauración del orden democrático. De no tener éxito tales iniciativas, se convocará entonces a una sesión especial de la Asamblea General de la OEA, la cual puede decidir, con una mayoría de dos tercios, la suspensión del Estado en cuestión de su derecho a participar en las actividades de la organización.

El tema de Venezuela tardó en llegar a la OEA. Los gobiernos latinoamericanos y caribeños tenían motivos para ver con distanciamiento y cautela lo que podía prosperar allí. En primer lugar, desde el punto de vista de elecciones libres, éstas fueron ganadas ampliamente por Hugo Chávez, verdadero ídolo de sus millones de seguidores y, aunque sólo en sus primeros momentos, por su seguidor Nicolás Maduro.

En segundo lugar, Venezuela contó con aliados sólidos entre los países latinoamericanos. No se puede menospreciar la influencia del pensamiento de Chávez en la conformación de la Alianza Bolivariana, cuya ideología y seducción sobre varios países de la región, como Ecuador, Bolivia y Nicaragua, duró varios años. Además, Venezuela gozaba de clara solidaridad por parte de dos de los países latinoamericanos de mayor peso: Argentina y Brasil.

Con tales antecedentes, la participación de la OEA en el tema de Venezuela fue posible por tres grandes cambios que tuvieron lugar en su situación interna y en el ambiente político latinoamericano en los últimos cuatro años. Internamente, la caída en los precios del petróleo que redujo notablemente el campo de acción de Venezuela para preservar su influencia en otros países y, sobre todo, mantener a flote una economía casi totalmente dependiente del exterior; muy pronto el desabasto se hizo sentir en todos los niveles, incluyendo bienes indispensables para la alimentación y la salud.

La situación anterior contribuyó al fortalecimiento de la oposición, que obtuvo su primer gran triunfo al ganar la mayoría de la Asamblea Nacional en las elecciones de 2015. Fue entonces cuando salieron a la luz los aspectos más autoritarios del ya desacreditado gobierno de Maduro. La Corte Suprema de Justicia, controlada por el Poder Ejecutivo, despojó al Parlamento de sus poderes; el Ejecutivo suspendió el referendo revocatorio del presidente Maduro en octubre de 2016, así como las elecciones de gobernadores estatales. En los últimos cuatro años, cientos de personas, entre ellas los líderes más destacados de la oposición, han sido encarceladas y miles son detenidos por sus ideas.

El segundo gran...

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