La verdad nómada y el justo medio democrático

AutorAgustín Basave

Eso ocurre casi siempre y en casi todos lados. Por supuesto, hay tiempos y espacios excepcionales. Una excepción temporal fue el principio y el final del siglo XX, cuando el mundo entero desterró la posibilidad de los equilibrios por obra y desgracia del extremismo ideológico. Y una excepción espacial es México, cuya historia suele rehuir los parajes intermedios. A los mexicanos nos gusta volar sin escalas de punta a punta. Del federalismo de imitación extralógica al centralismo de facto, por no escuchar a Fray Servando; de los fueros y castas al igualitarismo de los desiguales, cortesía del determinismo constitucional; del clericalismo al jacobinismo, sin erradicar la violación de derechos humanos en una u otra manifestación; de la paz de los sepulcros a "la bola", para regresar poco después al autoritarismo.Y así...

Hoy, en términos de gobernanza, México está dando un bandazo más. Pasamos del unitarismo priista a la polarización de la 4T. El PRI hegemónico, en efecto, gobernó en torno al mimetismo del partido-entero que buscaba confundirse con el Estado e incluso con la nación. La unidad nacional fue el mantra y el consenso la obsesión, asequible mediante la zanahoria o el garrote. Desde luego, esconder corrupción o represión tras de la mampara que identificaba al régimen con la patria no fue una estratagema privativa de nuestro país; sobran casos similares en otras partes. Uno más grave y doloroso se dio en nuestra América, cuando la dictadura de Galtieri tomó por asalto las Malvinas a fin de que la pasión nacionalista llevara a Argentina a olvidar momentáneamente la guerra sucia y apoyar al genocida. Los mexicanos recién vimos un intento a menor escala en la segunda alternancia. El gobierno de Peña Nieto y Videgaray, que se caracterizó por su servilismo ante Donald Trump, trató de contrarrestar su impopularidad con un video tardío en que Peña le reclamaba con firmeza a Trump sus ofensas a México. Hay que cerrar filas ante el enemigo, se pregonó entonces, y seguir el liderazgo presidencial. La pantomima fue inútil. La gente, ya muy enojada, no se tragó la súbita transfiguración del pusilánime en valiente y no lo siguió al abismo.

Andrés Manuel López Obrador tiene otro estilo. Si la pulsión priista era cooptar para aparentar un respaldo unánime, la de AMLO es polarizar en aras de la consolidación de un apoyo mayoritario de contraste. Al PRI le molestaba el rechazo, así fuera minoritario, y procuraba comprar o callar la voz de los...

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