Vicente Leñero, el católico

AutorJavier Sicilia

No es que tuviéramos convicciones semejantes frente al Evangelio, la Iglesia y el mundo. Discutíamos mucho, polemizábamos, nos confrontábamos, pero de esas confrontaciones yo salía lleno de cuestionamientos y reflexiones, a veces, incluso, edificado. Conversar o leer a Leñero era y sigue siendo un ejercicio de profundidad: evita que nos conformemos con lo que sabemos, nos obliga a repensar todo, a ponernos en crisis.

Su catolicismo, sin embrago, no lo expresaba abiertamente en público. Cuando lo hacía era en la intimidad de un grupo de amigos que compartíamos su misma fe. Allí hablaba con toda libertad sobre temas que a esa fe competen. En esos momentos hablaba como católico. En sus reportajes, en sus novelas, en su teatro y sus guiones cinematográficos, lo hacía, en cambio, en tanto católico, es decir, sin mostrar sus fuentes, pero insuflado por ellas, por su sustancia más universal y profunda, ajena a las concreciones ideológicas que, incluso en la intimidad, cuando hablaba abiertamente de su fe, cuestionaba con una libertad de espíritu poco común. Su catolicismo en esos ámbitos no era confesional, sino testimonial.

Tal vez lo que mejor pueda definir el principio cristiano con el que Leñero escribió y vivió sea la verdad -la verdad que dice Jn, 8-32, nos hace libres-. Ella no se basaba, para él, en la interpretación -toda interpretación termina por volverse absoluta y velar la profundidad de la verdad-, sino en la descripción de un suceso. Por ello, de entre todos los Evangelios, Leñero prefería el de Marcos ("Lo prefiero sobre tu Evangelio de Juan -me dijo una vez en que discutíamos nuestras preferencias-. Juan es demasiado teológico y poético; en él hay demasiada interpretación. En cambio Marcos es el reportero. Muestra simplemente los hechos"). De allí su penetración, su claridad, su atención en el acto de narrar y en la estructura de sus reportajes y narraciones. Leñero no interpretaba, narraba acontecimientos y al hacerlo buscaba, como Marcos, que el misterio se mostrara en los hechos mismos. Cualquier interpretación corría el riesgo de reducirlos a un único sentido o extraviarlo -era el reproche a mi amor por el Evangelio de Juan- en las múltiples resonancias de la poesía. La función del escritor era, para Leñero, la de ser testigo de la verdad, "un ser -me decía- que cuenta algo, alguien que narra un acontecimiento; siempre olvidamos que el Jesús de los Evangelios no era un doctrinario, sino un narrador, alguien que contaba...

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