Vicente Leñero, hombre de teatro, padre de muchos

AutorEstela Leñero Franco

En el taller de dramaturgia que abrió en la escuela de Héctor Azar en los años setenta y que mantuvo por más de 15 años en su estudio, yo me integré al concluir mi carrera de antropología. Aunque era la más joven del grupo, formé parte de él por más de siete años y ahí fue donde aprendí a escribir. Mi padre fue mi maestro, porque entre sus principios siempre estuvo el respeto y el impulso por el camino individual; por la pluralidad, como es en el teatro, donde las voces múltiples coexisten. Eso nos permitió trabajar estructuras aristotélicas y no aristotélicas, en el realismo o en experimentos para ahondar en los sueños. Así fue como pude, en libertad, ir buscando mi propio camino y encontrar un estilo personal.

Desde la infancia vivimos el teatro como una actividad intrínseca en la familia. Lo disfrutábamos cada fin de semana y no nos conformábamos con eso, sino que obligábamos a nuestros padres a ir una y otra vez a ver la misma obra; a que el zapatero remendón del Teatro Orientación nos claveteara nuestros diminutos zapatos antes de iniciar cada función. Con mis primas hacíamos teatro y nuestros padres eran el público. Reproducíamos cuentos clásicos y yo ponía estrellas en la frente de cada una de las haditas.

Mi padre era reservado, pero supimos del periódico que hacía de niño, titulado La mariposa, y de los títeres que, con el mismo nombre, construía con sus hermanos, y de sus juegos inventados. Él escribía, hacía los muñecos, pero nunca representaba. Siempre tras bambalinas. El teatro también estuvo en su infancia, y seguramente así nos lo transmitió.

Vicente Leñero empezó a escribir teatro cuando sufrió un atorón en su carrera novelística. O eso es lo que contaba. Con la formación periodística que había adquirido al estudiar en 1956 en la Escuela de Periodismo Carlos Septién García, mientras estudiaba ingeniería, le llamó la atención el polémico caso del monje Lemercier de Cuernavaca que había introducido el psicoanálisis dentro de su congregación provocando un escándalo entre la jerarquía eclesiástica. Seguramente que su interés también estaba relacionado con la profesión de psicoanalista de mi madre, lo cual los llevó a compartir el caso tanto en su parte investigativa como en la experiencia de la censura que la obra sufrió cuando fue estrenada en 1968 bajo la dirección de Ignacio Retes. Pueblo rechazado se convirtió en noticia pues su posición crítica ponía en evidencia una Iglesia retrógrada e intransigente frente a un personaje...

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