Violencia intramuros

AutorSamuel Máynez Champion

Acaso, hablar de algunas artistas eminentes que sí lograron sobrevivir al maltrato aferrándose a su quehacer como medio para sublimar su sufrimiento y como heraldo de su valía humana. Con los tres ejemplos que consignamos quedará en claro la inmensa reciedumbre espiritual del género femenino y cómo, a través de ella, su lenta emancipación prosigue. Hemos de conformarnos con la poca información que se filtra del espacio privado al público para elaborar los perfiles biográficos en cuestión.

El desplumado ruiseñor mexicano.- Desde sus primeras apariciones en público, la eximia soprano Ángela Peralta (1845-1883) deslum-bró por la calidad inigualable de su voz. Tenía apenas ocho años cuando interpretó su primer concierto y quince cuando debutó en el Gran Teatro de Santa Anna -posteriormente denominado Gran Teatro Imperial y después Gran Teatro Nacional- con una ópera de Verdi. Y a partir de ahí, los éxitos se encadenaron llevándola como estrella de los principales teatros del mundo en los que, huelga recalcar, no quedó asistente que no se rindiera ante sus portentos vocales.

Tanto en el teatro Alla Scala de Milán como en el Teatro Regio de Turín rompió récords de ovación, destacando en este último las 32 veces que el público y el rey Vittorio Emanue-le II pidieron que saliera a escena para recibir los aplausos. Realizó tres largas giras internacionales -de 1862 a 1865, de 1867 a 1871 y de 1873 a 1877- en las que maravilló a amantes del Bel canto de muy diversas latitudes. Haya sido en Roma, Florencia, Génova, Nápoles, Bolonia. Lisboa, El Cairo, Madrid, Barcelona, San Petersburgo, Alejandría, Nueva York o La Habana, su estatura artística no encontró parangón, sin embargo en su vida sentimental halló nada más amargura.

Por designios familiares, la fenomenal soprano contrajo nupcias con un primo hermano que la había pretendido desde la infancia. Estaba en el ápice de sus triunfos y era imposible imaginar el infierno que se le vendría encima. Eugenio Castera, con quien se une en 1866, resultó ser un hombre que perdía los cabales con desequilibrada frecuencia y que, al perderlos, arremetía contra su inerme cónyuge. Golpizas e insultos condimentaron la felicidad marital desde la luna de miel, agravándose al punto de que la infeliz cantante tuvo que recluirlo en un manicomio. En los momentos más álgidos del calvario, Ángela encontró alivio componiendo -dejó un discreto legado de partituras de su autoría-(1) y por supuesto, brillando en el escenario.

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