Violencia, moral y suelo

AutorJavier Sicilia

Andrés Manuel López Obrador, sin embargo, ha colocado antes de ella una propuesta más sensata: terminar con la corrupción. Para AMLO, la corrupción no sólo es el origen de la violencia, sino de los otros dos graves males que padecemos: la miseria y el desempleo. Si se acaba con ella, la violencia disminuirá, en la misma proporción que la miseria y las policías podrán entonces mantener la paz.

Ciertamente AMLO tiene razón cuando señala que el problema de la violencia es de orden moral. Pero se equivoca cuando quiere reducir su causa a la corrupción, que sólo es un rostro más de la violencia, y suponer que su propia honestidad, como un deus ex machina, puede, acompañada de un código de ética, hacer de los corruptos íntegros y de los violentos pacíficos.

Lo que olvidamos cuando hablamos de moral es que para que pueda formar parte de la conducta humana necesita un suelo que la contenga y permita vivirla; por suelo entiendo una forma de vida. Un monje o una monja, por ejemplo, pueden vivir su castidad porque el suelo monástico -hecho de una vida austera, reglamentada por la oración y el trabajo manual e intelectual- lo permite. Si se les trasplantara al centro de una orgía, la castidad se volvería sólo un discurso o un acto heroico. En este sentido, la violencia, dado el suelo que hemos abonado, no podrá ser erradicada con un decálogo moral, tampoco -aunque la virtud se predica con el ejemplo- mediante el aura omnipresente de la honestidad de un hombre, mucho menos con corporaciones policiacas reformadas.

El suelo en el que habitamos, un suelo donde el dinero, el consumo y la explotación del deseo son el fundamento de todo, es en sí mismo violento. En un suelo así, donde vivimos tantalizados (un verbo acuñado por la mercadotec-nia que se refiere a Tántalo, castigado por los dioses a tener siempre hambre y nunca poder tomar los deliciosos manjares que los dioses ponen frente a él) y asediado por apetitos que sólo pueden cumplirse mediante dosis cada vez mayores de poder y dinero; donde los programas televisivos, cinematográficos o de esparcimiento virtual son 80% violentos; donde las vidas que se exaltan y tienen mayor rating son las de criminales como El Chapo y Escobar; donde los narcocorri-dos han sustituido a la poesía popular; donde las pasiones políticas humillan la racionalidad transformándola en insultos, acusaciones y difamaciones; donde el lenguaje, cada vez más empobrecido, sirve para mentir y encubrir los rasgos de lo intolerable...

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