La violencia en la "era del show"

AutorJavier Sicilia

Muchas son las causas de esa actitud. Pero tal vez la que en estos momentos podría definirla mejor es la banalidad: el mal, como de alguna forma lo mostró Hannah Arendt en su polémico libro Eichmann en Jerusalén, se volvió parte de la trivialidad de la vida diaria.

El asunto, para hablar de México, está relacionado con lo que Tomás Calvillo ha llamado "la velocidad de las tecnologías" o con lo que podríamos nombrar, de manera illicheana, la "era del show". Pese a que políticamente la democracia está derruida y acaparada por las partidocracias, cuyos vínculos con el crimen organizado han generado el estado de violencia que padecemos, la vida diaria parece transcurrir de manera democrática: las ofertas de la comunicación son inmensas -periódicos, revistas, canales de radio y televisión, internet y redes sociales se han vuelto accesibles a casi todos-, los eventos deportivos se multiplicaron exponencial-mente -del consabido partido dominical hemos pasado a ver tres o cuatro diarios y a una infinidad de torneos de otros deportes-, las telenovelas se convirtieron, mediante Netñix, en una enorme oferta de series a las cuales podemos acceder a la hora deseada; hay decenas de conciertos de diversos géneros musicales y una inmensidad de videojuegos al alcance de nuestras manos y de nuestro apetitos; tenemos también, para satisfacer nuestro resentimiento o nuestras mezquindades, una gran cantidad de talfe shows que van de las vulgaridades más íntimas a las vulgaridades de la vida política de los procesos electorales.

En esas condiciones, el horror, vuelto parte de esa oferta de espectáculos, se vuelve tan banal como ella. Si todo es importante, nada, en consecuencia, lo es. Nos hemos vuelto esclavos de una libertad impuesta por el show tecnológico. Basta simplemente que nuestro humor coincida con el control remoto de la televisión o con la tecla del mouse para que pasemos en un segundo del horror real al espectáculo que en ese momento puede satisfacer nuestra demanda de confort moral.

Embriagados de un poder virtual nos convertimos simultáneamente en esclavos de nuestra voluntad, en rehenes de mercancías diseñadas para satisfacer nuestros deseos más profundos o más vulgares. Encerrados en nuestras demandas de confort, liberados de las obligaciones que implica enfrentar un estado de violencia mortífera, presos de lo inmediato e instantáneo del show, quedamos atrapados en la banalidad misma de nuestra aparente libertad democrática, de una libertad sin...

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