La visa que jamas llegó

AutorAriel Dorfman

Íbamos a necesitar en good oíd USA a aquellos ángeles, esa solidarityforever, antes de que pasara mucho tiempo. Aunque es cierto que, esta vez, no había escatimado esfuerzos para que las cosas anduvieran sobre ruedas. Todo estaba arreglado para llegar sin problemas a nuestro próximo destino, el México lindo donde pensábamos instalarnos hasta que cayera Pinochet y donde podríamos criar a nuestros hijos en el castellano que hablarían al regresar a Chile. Cada detalle se fijó durante dos viajes que realicé a México. La primera visita había sido con toda la familia, en agosto de 1980, como jurado de un premio instituido por Nueva Imagen -la editora que estaba sacando mis dos nuevos libros-junto con Proceso, la revista mexicana dirigida por el inimitable Julio Scherer. En la última noche de la semana que pasamos en Cocoyoc, bajo la sombra del volcán que había azuzado la locura de Malcolm Lowry, mis conjurados García Márquez y Cortázar me incitaron a plantearle algo a Scherer, seguros de que accedería a mi solicitud: si acaso él podría evitar que mi familia y yo desfiláramos por el infierno que viven los exiliados en México cada año al tener que renovar su estatus migratorio. Le pregunté, entonces, si había alguna forma de obtener una visa de residencia permanente en su país a partir de septiembre de 1981 y de esa manera soslayar una burocracia displicente.

-Considéralo ya hecho -respondió Scherer, agregando con su acostumbrada generosidad-: Yo te pago el boleto desde Washington, cuando tú digas, me llamas y me lo dices, Ariel, pero Ariel no dejes de llamarme y ya, hacemos todos los arreglos. Así que en febrero de 1981 viajé otra vez a Ciudad de México. La primera noche, Julio Scherer me contó en un restaurante celestial, sobre avenida Insurgentes, que todo estaba acordado.

-Al presidente lo vi ayer -dijo- y me preguntó que por qué Ariel Dorfman no estaba acá ayer mismo, anteayer, que venga ya mismo. El Presidente López Portillo dio instrucciones en mi presencia a Gobernación para que apuraran un permiso de residencia permanente para ti y tu familia.

Al día siguiente firmé un contrato con Juan Somavía para trabajar en un proyecto de medios de comunicación alternativos en el Instituto de Estudios Latinoamericanos (ILET) que él había fundado en esa ciudad. Juan se alegró de que hubiéramos podido esquivar los despiadados salones de espera del gobierno mexicano para consolidar mi estatus; si Scherer había ratificado el asunto, no había para qué...

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