La voluntad vencida

AutorJulio Scherer García

JOHANNESBURGO.- A 4 mil metros de profundidad desciende el negro en busca de los filones de oro de las minas, sabedor o no de que la roca puede estallar en cualquier momento bajo el peso de billones de toneladas y que pueden brotar de las fisuras de los muros, sin advertencia alguna, chorros de agua hirviendo.

De ese mundo en que los hombres ni topos son, recargado el miedo contra la piedra; de ese mundo en que el desprendimiento de una roca produce estrépito, como si la montaña completa se viniera abajo; de ese mundo que une el calor del desierto y el calor del trópico, al mismo tiempo la resequedad quemante y la humedad que consume; de ese mundo de voluntades vencidas por la fatiga obtiene Sudáfrica parte de la inmensa riqueza que la ha hecho poderosa e industrializada.

El director general de algunas de las minas más importantes del país, situadas al lado de la ciudad de Welkom, que al oro debe su nacimiento y sus 130 mil habitantes, confirmó que el minero de Sudáfrica y el minero de Mozambique han llegado juntos hasta donde nadie había llegado antes y trabajado bajo temperaturas de 40 grados centígrados en cámaras donde el techo de roca es tan bajo que apenas caben manos y brazos.

“Así es siempre”

En las minas al cuidado del ingeniero Bailey se cala a kilómetro y medio de profundidad y se extrae una tonelada de oro cada 15 minutos. Ochenta mil mineros trabajan en ocho unidades. No hay un negro con un puesto de mando. Si son empleados, son modestos; si han dejado la mina son sirvientes, el cuerpo derrotado y mal cubierto por ropas que lo agobian aún más.

Por el negro nadie vela. Importan sus manos y su trabajo ocho horas y media diarias. Seis días a la semana desciende al mundo sin piedad de los explosivos y las cámaras profundas como vías al centro de la tierra. Calaveras rojas y negros que a cada paso indican algún peligro y el sopor que es la vida en el corazón de la montaña, se convierten al final de cada jornada en signos de la misma especie: el rápido consumo de la propia existencia.

Pero nada cuenta para escapar de la discriminación, que lo persigue como demonio bajo la piel. Junto al tiro que ha de llevar a los negros hasta la superficie -los hemos visto-, una larga fila espera, algunos con uniformes de trabajo, otros sin él, en su mayoría camisas y pantalones pardos e inclusive algunos torsos desnudos. En otra fila unos cuantos blancos también esperan, todos con "overoles" claros que destaquen en la semioscuridad del laberinto...

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