Zona submetropolitana / Las Aduanas

Hace muchos años, cuando estaba en campaña política José López Portillo, me enviaron del periódico donde trabajaba (El Heraldo de México) para cubrir la visita que realizó él y su comitiva a Ciudad Juárez.

En esa campaña, se había organizado una extensa mesa de trabajo para presentar el Plan Global de Desarrollo que le había preparado el PRI.

No menciono nada de la reunión. Muchas palabras sin resultados.

Sin embargo, un detalle de su esposa, la señora Carmen Romano Nölk de López Portillo, me movió para ubicar algo más que sucedía al mismo tiempo.

Un colega de Ciudad Juárez me comentó que, en el aeropuerto, se estaba "llenando el avión" que había mandado la presidencia de la República, con las compras de la esposa de López Portillo.

Nos fuimos al aeropuerto. Efectivamente. Cajas enormes con aparatos electrodomésticos, ropa, refrigeradores, alfombras, lavadoras de trastos, vinos y mil cosas más eran empacadas.

Quise hablar con los soldados y los miembros del Estado Mayor Presidencial que cargaban las cajas pero, por supuesto, se negaron a decir algo.

El asunto era visible y se tomaron algunas fotos ahí.

Mientras López Portillo daba discursos, su esposa y sus decenas de amigos que la acompañaban, se dedicaban a comprar "Fayuca", como se le conocía entonces.

En Ciudad Juárez conocí a un Vista Aduanal, con quien conversé lo que sucedía en la frontera.

Me permitió acompañarlo ese día. Estuve con él de las 4 de la tarde a las 10 de la noche en la Aduana, viendo el paso de los vehículos que ingresaban a México.

Muchos automóviles y camionetas venían llenos de todo lo que podamos imaginar: ropa nueva o usada, abarrotes, vinos y licores, armas, juguetes, aparatos electrónicos, fertilizantes, semillas, perfumes, comida enlatada, refacciones de autos, discos, placas de autos, cables eléctricos, paredes y techos de casas, ventanas, cortinas de metal y hasta uniformes militares.

En la Aduana, los choferes eran llevados a un cubículo. Eran interrogados.

Casi todos salían con una sonrisa enorme en el rostro de: "Ya la hicimos".

En ese cubículo habían llegado a un acuerdo con los "Vistas", que, de paso, les colocaban en sus cajuelas un sello oficial, dorado, con el escudo nacional, que les daba "las facilidades necesarias" para pasar las siguientes garitas.

Ya se habían mochado.

Ya habían conseguido que sus compras (sin impuestos), se transformaran en una nueva forma de "legalidad encubierta y solapada", que pasaba como un fenómeno cotidiano de corrupción...

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