Por una zoofilia sin moralejas

AutorSamuel Máynez Champion

Es necesario aclarar que la acepción del término adoptado en el título se inclina por la verdadera etimología griega, es decir, la del amor por los animales. Desechamos de inmediato la connotación que recibe hoy la zoofilia en el sentido perverso que conocemos. Dicho esto es pertinente traer a colación los hechos que motivaron la citada promesa: serán tres años que cundió por los medios la noticia del militar que colgó a un cachorrillo de perro de un mástil y eso bastó para que las pesadillas nocturnas se aposentaran sin tregua en el ámbito familiar. A ese acto ignominioso se han sumado muchos más que han venido a agravar la reacción que genera la crueldad en el ánimo infantil. Podemos anticipar esas variantes de la pregunta que han roto los telares de su inocencia: ¿Cómo es posible que se maltrate a un ser indefenso? ¿Cómo puede concebirse que alguien no sienta ternura por un animalito -en referencia obvia a las mascotas- que lo mejor que sabe hacer es prodigar amor incondicional?

En fin, a eso incluyámosle las últimas imágenes que circularon en las redes sociales, las de un adolescente que hacía gala de hombría retratándose con un perro al que había clavado a una cruz. O las del oso al que le habían arrancado la mandíbula inferior. O las de la leona reducida a piel y huesos al cabo de sus cautiverios circenses. Y así, hasta esa saciedad incómoda donde lo único que resta es levantar los hombros ante la inabarcable estupidez humana. Somos la especie que más porquerías comete y nos arrogamos, sin dudarlo siquiera, el derecho a poseer, matar, torturar, y tantos otros etcé-teras... Con esto puede entenderse el contenido de la promesa: versar sobre el amor que muchos compositores le han profesado a los animales, para así contrarrestar la inaceptable violencia a la que, por tradición, se les somete.

En cuanto al debate sobre la prohibición de usarlos dentro de los circos, huelga decir que esta columna se inclina por suscribirla, y no sólo ésta, sino todas aquellas donde al animal se le dispense un tratamiento que ningún ser humano quisiera para sí mismo. ¿Por qué entonces tendría que ser distinto? ¿No reside ahí un postulado fundamental de la bioética? ¿Nos gustaría que hubiera una raza más fuerte que nos hiciera lo mismo que les hacemos a ellos?... Mas no nos extendamos en argumentaciones, agreguemos únicamente que la acción de convertir el asesinato de un animal en espectáculo -llámese tauromaquia o peleas de gallos, o lo que sea- nos parece...

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